Muchos me dicen que estoy hechizado, y yo lo voy creyendo…
Carlos y las monjas endemoniadas
Para César Garizurieta
Los exorcismos
del Rey
Asusta de feo.
Luis Sanguin, Embajador de Francia en España al Rey Luis XVI.
Está tan melancólico que ni sus bufones ni sus enanos logran distraerlo de sus fantasías respecto a las tentaciones del diablo. Nunca se cree seguro si no están a su lado su confesor y dos frailes, a quienes hace acostar en su dormitorio todas las noches.
Alexander Stanhope, Embajador de Inglaterra en España al Rey Guillermo III.
Corría el año de 1698 cuando, a 40 años de la fundación del Convento de la Encarnación1 (poblado de monjas dominicas recoletas), en Cangas, Asturias, un hecho extraño rompió con la beatitud de los rezos y la cotidianidad de la rutina monacal: un demonio2 recorría las habitaciones de las monjas3. Tres de ellas fueron poseídas: enfermas espiritadas, a las que iba curando su capellán a base de exorcismos.4
De acuerdo con Rodríguez Vigil5, el caso de las monjas endemoniadas de Cangas habría quedado en absoluto anonimato de no ser por el afán protagónico de Fray Antonio Álvarez Argüelles, el solitario confesor que presumía codearse y llevarse a sus anchas con el demonio, pues tenía gran intimidad y simpatía con un diablo […] cuanto además daba fe de que, contra toda previsión, Satanás gozaba de íntima confianza con Dios, cuyos recónditos designios parece ser que no sólo conocía, sino que no sólo se consideraba además autorizado a revelar de forma amistosa y cómplice.

El confesor, padre dominico, se ufanaba de tener una buena relación con el demonio y de conocer lo que iba a suceder, mediante la intercesión de las monjas, cuyos cuerpos poseía Lucifer6. Pero, en realidad, no era el fraile quien hablaba con el diablo, sino que eran las propias monjas las que se expresaban. Ellas podían hablar de cualquier tema, inspiradas en lo que el diablo les transmitía, delante de quien se encontrara presente: “hablaban libremente y en público”, como un acto de rebeldía. La Iglesia católica sólo admitirá la posesión del cuerpo, por ello la connotación pecaminosa que recibe este fenómeno: el demonio no podía llegar al alma directamente, sino que primero debía tomar la vía del cuerpo. De esta manera, puede entenderse el cuerpo como vehículo del demonio y, por tanto, para evitar la propagación del mal, debía mantenerse en enclaustramiento, bajo control tanto moral como físico, incluyendo el escarmiento público para ofrecer lecciones de moral a la sociedad sobre el mal. Enclaustrado y silenciado, pues, como las tres religiosas de Cangas.

Pero ¿qué fines tenían estas tres pobres monjas endemoniadas? ¿Romper clausura, silencio, hábitos e imponer su voluntad? ¿Buscar protagonismo ante un tiempo que las condenaban en el anonimato? Si esta fuera su intención, lamentamos decir que no ocurrió de esa forma. Dejaron de ser protagonistas, para acabar en papeles secundarios: transmisoras meramente de información. De acuerdo a las crónicas, ensayos y artículos que se han escrito sobre el tema, no hay evidencias de que las monjas hayan tenido antecedentes de brujería (muy común en la época), o que hayan participado en conjuros o maleficios. Lo que sí sucedió fue que estas tres monjas asturianas poseídas por el demonio, iniciaron uno de los episodios más siniestros y a la vez chuscos de la historia de la monarquía europea: el “hechizo” hacia Carlos II de España, o lo que es lo mismo, la evidencia de las paupérrimas condiciones de salud física y mental del monarca, fruto de una familia que, al haber practicado una política matrimonial endogámica, había ido degenerando y deteriorándose generación tras generación.
Recordemos que los padres de Carlos II eran tío (Felipe IV) y sobrina (Mariana de Austria, famosa por haber sido retratada por Diego Velázquez en “Las Meninas”); sus abuelos paternos eran primos segundos (Felipe III y Margarita de Austria) y, a su vez, los abuelos maternos (Fernando III y María Ana de Austria), eran primos terceros entre sí. Vaya, hoy por hoy su historial clínico es, para la medicina del siglo XXI, un festín de descubrimientos.
El nacimiento de Carlos II de Habsburgo, 6 de noviembre de 1661, fue anunciado por la “Gazeta de Madrid” y su descripción fue la siguiente: “un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes”. Pues no, todo ello distaba de la realidad y el embajador francés así lo informaba a Luis XVI, el Rey Sol: “el príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura”7. La habitación para aquel parto se acondicionó con santas reliquias que se encontraban en el Real Alcázar de Madrid; otras más, traídas desde El Escorial: cuerpos incorruptos de San Isidro y San Diego de Alcalá estuvieron en la cama, conviviendo con la madre pariendo, si bien no para tomar la mano de la reina, al menos para ofrecer un santo sostén.

Hasta los cuatro años de edad, Carlos fue amamantado por diferentes amas de crianza, sin embargo, esta alimentación fue suspendida al año de su ascenso al trono en 1665 por parecer indecorosa a un monarca8. Durante su desarrollo, creció como un niño débil y dado a enfermarse de manera continua: gripes, vómitos, diarreas consecutivas producidas por el prognatismo familiar que le hacía masticar mal, a su glotonería (le encantaba el chocolate) y a las prescripciones médicas de la época. En su historial clínico figuraron, además, sarampión, varicela, viruela, rubéola y ataques epilépticos hasta los quince años. Presentaba un desarrollo psicomotor lento, pues hasta los seis años aprendió a caminar; a los diez comenzó a hablar de manera inteligible y clara. Durante toda su vida eran muy comunes sus arranques de irascibilidad y su escritura siempre fue deficiente. En términos generales: la salud presagiaba una muerte prematura, por lo que su educación como monarca fue descuidada, llevando a que su incursión en asuntos de gobierno fuera escasa, dejándole los asuntos de Estado a la propia madre.
En su etapa adulta, no pudo tener descendencia debido al hipogonadismo9 e hipogenitalismo10 que padecía11. En aquella época, los astrólogos señalaron que la causa de la esterilidad del Rey (que, de todos los achaques, era el más importante porque de ello dependía la continuidad familiar en el trono) radicaba en que no se había despedido de su padre en el lecho de muerte, por lo que enviaron al joven monarca al Monasterio de El Escorial, exhumaron el cadáver de Felipe IV y durante horas lo mantuvieron encerrado con un cadáver.
Ahora bien, una vez que el Rey hubiera aceptado todos sus males (producto de un ejercicio de introspección muy difícil para él), incluyendo la más importante, el no poder consumir el acto sexual con su esposa, llegó a la certera conclusión de que estaba hechizado: “¡necesito que me exorcicen!”, gritaba. Llegó, por tanto, la noticia a Madrid de las monjas endemoniadas de Cangas y la atinada idea de que, a través de un interrogatorio al demonio, podría saberse si efectivamente el monarca se encontraba hechizado. El enviado real fue el padre Froilán Díaz, confesor del Rey, así como del Inquisidor General, Tomás de Rocaberti. Solo una voz, la del Obispo de Oviedo, Tomás Reluz, se opuso a prestarse a las intrigas del demonio a través de las tres pobres monjas. Gracias a la obra del Duque de Maura conocemos lo que pensaba el Obispo de esto: “siempre he estado persuadido […] a que en el rey no hay más hechizo que su descaecimiento de corazón y una entrega excesiva a la voluntad de la Reina […] y en el ínterin que el confesor no trabaje, no se hallará otro remedio. Hay gravísima necesidad de oraciones y que forme el rey juicio práctico de lo mucho que va fundando en mentiras”12. Sin embargo, las conversaciones entre el confesor Fray Antonio y las monjas, ocurrieron en varias ocasiones.

Lo narrado en esos encuentros, es digno de algún guion de película de terror. Leemos:
“Respondióles el Fr. Antonio que había hecho el conjuro, puestas las manos sobre una de las energúmenas sobre un ara, y que el demonio había dicho que […] el rey estaba hechizado desde los catorce años y que […] le había sido dado en una bebida […] en 1675 la reina doña Mariana de Austria, por medio de una mujer que se llamaba Casilda, en un pocillo de chocolate y que el maleficio le había confeccionado de los huesos de un ajusticiado en la Misericordia […] insistía en prescribir como remedios lo del aceite bendecido en ayunas, ungirle el cuerpo y cabeza y ciertas ceremonias para los exorcismos”.
De acuerdo a varios autores, las monjas endemoniadas de Cangas afirmaron que el pobre Rey fue hechizado por su propia madre (la Iglesia culpando a las mujeres, como era usual) a través de un pocillo de chocolate y huesos de muerto: “De los sesos, para dejarlo sin gobierno. De las entrañas, para quitarle la salud. De los riñones, para impedirle la generación”13; que “fue hechizado a los 14 años con un chocolate adulterado con sesos de hombre muerto para quitarle la salud y los riñones, para dañar el semen y la fertilidad”14. Ante esta confesión, Fray Antonio propuso a la corte remedios que iban desde aceite bendito en ayunas, pócima de chocolate con polvos procedentes de sesos y de testículos de “ajusticiado” (es decir, de algún anónimo delincuente sentenciado a muerte y cuyo final iba a dar a un vaso de la realeza).
Las declaraciones del demonio continúan, pero al final le preguntaron que cuál era la solución ante tal hechizo y que todo estaba siendo vigilado por la Santa Inquisición y aquí el listo del demonio de Cangas calló, bueno, en realidad las monjas y el exorcista: “Así continuó por algún tiempo esta correspondencia […] hasta que el vicario de las monjas, se conoce que hostigado y apretado por tantas preguntas, escribió en 28 de noviembre (1698) que había encontrado a los demonios por demás rebeldes y que después de dos horas de conjuros para hacerlos hablar, le respondió Lucifer que no se fatigase, que el Rey no tenía nada, y que todo lo que antes le había dicho era mentira”15. Pues demasiado tarde, porque el Rey se había creído todo, todito, pues exigía que continuaran los exorcismos hacia su persona.
Estos fueron los hechos narrados por el confesor en conversación con el demonio, pero de la identidad y el comportamiento mismo de las monjas no hay una sola nota histórica. No existen los nombres, solo el papel manuscrito del confesor y del exorcista, así como las autorizaciones de la jerarquía religiosa, lo cual manifiesta que, aunque las protagonistas de la historia también fueron mujeres, el discurso histórico se inclinó en el interés por el rol masculino. Aún más, el hecho resultó tan aislado y carente de importancia por las autoridades eclesiásticas que no existen evidencias de pronunciamientos por parte del Santo Oficio. Sobre la identidad de las religiosas, en su momento Fray José Fernández ofreció los nombres de las cinco primeras dominicas y de la novicia que llegaron al Convento de la Encarnación: Magdalena Pizarro, priora de la comunidad; Juana Bizama, superiora; María Gutiérrez, maestra de novicias; Damiana Ramos, portera y sacristana; Catalina Juan, administradora, e Isabel de la Paz, novicia, organista y cantora16. De ellas, desconocemos si efectivamente algunas fueron las posesas. De acuerdo a la antropóloga española Beatriz Moncó Rebollo17, casi el 80 % de las monjas que habitaron el convento de la Encarnación y que declaraban que fueron poseídas por el demonio, sufrían alguna discapacidad física o mental. Lo mismo señala Rodríguez Vigil18 al hacer mención de la histeria y esquizofrenia como síntomas desconocidos por los médicos del siglo XVII. Es decir, en la historia sobre las monjas poseídas de Cangas se puede advertir que no importa ni el quién, ni el cómo, sólo dónde y por qué las revelaciones del demonio: descubrir el “hechizo” del Rey y conseguir su inmediata solución.

De acuerdo a Fray Antonio, tanto él como las endemoniadas debieron trasladarse a Madrid, específicamente a la Basílica de Atocha para así complementar las revelaciones infernales, incluyendo el propio exorcismo (tanto de las monjas como del monarca):
“Carlos II, rey de España y de América, tenía más de 30 años y había que darle de comer en la boca y no podía caminar sin caerse. De nada servían las palomas muertas que los médicos le ponían en la cabeza, ni los capones cebados con carne de víbora que sus sirvientes le metían en la garganta ni las meadas de vaca que le daba de beber ni los escapularios rellenos de uñas y de cáscaras de huevos que deslizaban bajo su almohada los frailes que le velaban el sueño”19.
Las dos reinas, esposas de Carlos (María Luisa de Orleans, primero y Mariana de Neoburgo, después) tampoco se salvaron de administrarse menjurjes, pues diariamente debían desayunar leche de burra así como extracto de hongos.
A pocos años de su muerte, el estado de salud del Rey era por demás deplorable. La debilidad se había acentuado (apenas tenía 38 años), al punto de permanecer poco tiempo de pie. A esto se agregaba la hinchazón en la mayor parte de su cuerpo, lo cual no le permitía ni hablar. Falleció el 1 de noviembre de 1700, tras permanecer en coma ocasionado por las continuas diarreas. El parte médico, al momento de revisar el cadáver, señalaba que tenía “un corazón del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenosos; en el riñón, tres grandes cálculos; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”20. Sobre su muerte, ya en siglos XX y XXI, se han escrito innumerables documentos médicos y científicos que teorizan sobre el historial clínico e inminente muerte del monarca: insuficiencia renal crónica, glomerulopatía (pérdida de funciones renales), nefritis túbulointersticial (lesión primaria de los túbulos del riñón); litiasis renal (cálculos urinarios)21. Para otros, hidrocefalia22 o bien, un trastorno cromosómico XXY o síndrome de Klinefelter (afección genética que se produce cuando se nace con una copia adicional del cromosoma X), lo que permitiría justificar su infertilidad.
Con su muerte culmina la Casa de los Austrias, inaugurada por su tatarabuelo Carlos V, Sacro Emperador Romano y nieto de los Reyes Católicos. Con su partida se dio origen a la Guerra de Sucesión que confirmó a Felipe V en el trono español, iniciando la dinastía de los Borbón en España.
El demonio de Cangas fue una imagen necesaria de la época para darle rostro a un mal, justificar un fallo en la mátrix. La corte española necesitó de los demonios para abrir espacios específicos que dotaran de sentido a un destino, a una enfermedad y a una inminente muerte. El demonio representó, pues, el susurro de los miedos que en todos los protagonistas estaba presente.
Carlos, en algún momento desesperado, escribió a Alonso de Aguilar, Inquisidor General: Muchos me dicen que estoy hechizado, y yo lo voy creyendo: tales son las cosas que dentro de mí experimento y padezco. Y Carlos lloraba al pronunciar estas palabras, y fue el día primero de los mil seiscientos noventa y nueve.
- Fundado por Juan Queipo de Llano (Cangas del Narcea, 1584-Jaén, 1647). Estudió Leyes y Cánones en el Colegio Mayor de San Pelayo de Salamanca, donde fue profesor. Desempeñó el cargo de Oidor de la Cancillería de Valladolid. Fue Obispo y Capitán General de Pamplona, así como Obispo de Jaén. ↩︎
- La palabra demonio proviene del griego δαίμων (daimon), “genio”. Esta palabra aparece en la Biblia; cuando San Jerónimo tradujo la Vulgata, usó la palabra en latín daemonium. La palabra griega daímon tiene, sin embargo, un uso antiguo en la cultura griega anterior al cristianismo. Aparece ya en Homero (por ejemplo, Ilíada XV, 468), y significa ante todo cierta divinidad, buena o mala, que no está en el panteón de los dioses, sino como cierta divinidad “menor”. Así es presentada en Platón, donde el concepto tiene gran importancia, y aparece en muchos de sus diálogos ya como un intermediario entre dioses y seres humanos (Banquete, discurso de Sócrates), o como un “genio” del propio Sócrates, que, curiosamente, le dice lo que no tiene que hacer (Fedón, Banquete, discurso de Alcibíades). No fue sino hasta la llegada del cristianismo que “demonio” tomó su noción diabólica. ↩︎
- Cangas del Narcea es un concejo asturiano situado sobre la cordillera cantábrica y que limita, al sur, con la provincia de León. Hasta el año 1965 (fecha en la que por resolución del Consejo Superior Geográfico se produjo el cambio de denominación), era conocido como “Cangas de Tineo”. El concejo es el mayor de Asturias y ocupa una extensión de más de 800 kilómetros cuadrados y dista 100 kilómetros de Oviedo, capital, y a 478 kilómetros de Madrid (Fernández Conde, Francisco Javier: Historia de Asturias, Editorial Prensa Asturiana, vol. 1 y 2, España, 1990). ↩︎
- Fernández Martínez, Fray José: Madres dominicas: Cangas del Narcea. Fundación 1658. Asturias, Impreso en el Convento de S. Juan Bautista de Corias, Cangas del Narcea, Asturias, 1994: p. 22. ↩︎
- Rodríguez-Vigil, Juan Luis: El confín del Santo Oficio: Inquisición, inquisidores y reos en las Asturias de Oviedo, Ed. Nobel, España, 1998: p. 221. ↩︎
- La palabra “posesión”, como explica Moncó Rebollón, refiere a una clase de apoderamiento de un espíritu o cuerpo por otro, sumisión de una voluntad a otra […] en el momento de la posesión se deja, en parte, de ser sujeto, para convertirse en objeto. Moncó Rebolló, Beatriz: Mujer y demonio: una pareja barroca (Treinta monjas endemoniadas en un convento), Instituto de Sociología Aplicada de Madrid, 1989: p. 52. ↩︎
- Tomado de Calvo Poyato J. La vida y la época de Carlos II el Hechizado. Ed. Planeta. Barcelona: 1996. ↩︎
- Al ser coronado a los cuatro años, en 1665, la reina madre Mariana de Austria asume como reina regente, asesorada por una junta de gobierno ↩︎
- Esto sucede cuando el cuerpo no produce suficiente testosterona o en la cantidad suficiente de espermatozoides o en ambos. ↩︎
- Desarrollo deficiente de caracteres sexuales. ↩︎
- García-Escudero López, Ángel, Carlos II: del hechizo a su patología génito-urinaria, Historia de la Urología, Arch. Esp. Urol. 2009; 62 (3): 179-185. ↩︎
- Maura, Duque de: Supersticiones de los siglos XVI y XVII y hechizos de Carlos II, Ed. Saturnino Calleja, Madrid, (sin fecha): p. 233. ↩︎
- Galeano, Eduardo: Espejos: una historia casi universal, Ed. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2008: p. 134. ↩︎
- Leralta, Javier: Apodos reales: historia y leyenda de los motes regios, Sílex, Madrid, 2008: p. 400. ↩︎
- Maura, op. Cit.: pp. 24-27. ↩︎
- Fernández Martínez, op. Cit., ↩︎
- Moncó Rebollo, op, cit.: p. 74 a 84 y p. 95 y 113. ↩︎
- Rodríguez-Vigil, op. cit.: p. 223 ↩︎
- 4 Galeano, op. Cit., p. 134. ↩︎
- Calvo Poyato, op. Cit. ↩︎
- García-Escudero López, Ángel, op. Cit. ↩︎
- La necropsia advirtió que los ventrículos cerebrales estaban llenos de líquido cefalorraquídeo, como sucede en la hidrocefalia. ↩︎

fernando Montoya
Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto, Bilbao, España, y maestro en Filosofía Política por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus escritos han sido publicados en el Instituto de Investigaciones Sociales y en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM; Instituto Matías Romero; en el ITAM; en la Universidad Iberoamericana, en Foreign Affairs, entre otros. Igualmente, en revistas de divulgación como Librerías Gandhi, Tierra Adentro y en Opera Mundi.





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