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La máquina de tortura de Kafka

“En la colonia penitenciaria”

El sadismo,
el absurdo y el horror
de la guerra.


En 1914, Franz Kafka tenía 31 años y daba inicio la Primera Guerra Mundial. Se dice que el escritor bohemio se encontraba de vacaciones para terminar su novela El proceso, y tal vez las propias tensiones políticas del momento fungieron como catalizador, pues antes de terminar la novela, Franz escribió el cuento “En la colonia penitenciaria”. Los peores horrores de la guerra estarían por comenzar, pero Kafka había llevado a cabo una lectura casi clarividente del fanatismo, la violencia extrema, la humillación y el sinsentido defendido incluso por la ley.

La brutalidad del ser humano y de las instituciones lo llevó a crear una analogía bastante explícita: una máquina de tortura como sistema judicial en una isla. El escritor fue tachado de “libertino del horror” (Alt, 2005) por parte de la crítica, pero, por otra parte, la violencia en la vida real se multiplicaría en la Segunda Guerra Mundial.

Trama

El cuento “En la colonia penitenciaria” narra la llegada de un “explorador” a una pequeña isla del trópico, pues ha sido invitado a presenciar una ejecución. El explorador es un investigador que se dedica a recabar datos sobre el sistema judicial de distintas regiones del mundo, y es recibido en la isla por un oficial, quien le enseña con gran orgullo el mecanismo de una máquina de tortura utilizada para castigar a los condenados. 

La particularidad de esta máquina es grabar en la espalda de los individuos, a través de un mecanismo de agujas, una inscripción relacionada con su crimen. La descripción que realiza el oficial al extranjero es puntual y muy detallada. La máquina consta de tres partes: la cama, el diseñador y la rastra. El condenado se recuesta en una base cubierta con algodón (donde se absorbe la sangre). Luego, se le coloca una mordaza que evita que grite o se muerda la lengua. Esta mordaza no ha sido cambiada en años, debido supuestamente a la falta de suministros. La inscripción que será plasmada en el condenado se define en el diseñador, y las pequeñas agujas actúan abriendo la piel de la espalda para escribir la lección moral. El procedimiento dura doce horas. Después de la sexta hora, el condenado ya no tiene fuerzas para gritar, por lo que se retira la mordaza. En un acto de supuesta humanidad, pero realmente de humillación, se le ofrece al individuo un recipiente con comida caliente que puede alcanzar si estira sus labios y su lengua. Nadie logra terminar la porción. La máquina continúa escarbando cada vez más profundo hasta que atraviesa por completo al condenado. Los despojos son desechados en un agujero junto con el algodón y la sangre, y entonces se entierra.

Ilustración de Luigi Serafini, Nella colonia penale, 1982.

En la trama de la historia, y muy al estilo kafkiano, el condenado no conoce su crimen. El oficial habla francés, pero el condenado no, por lo que no puede entenderle. Tampoco se le ha concedido un abogado para defenderse. Únicamente se le menciona que la inscripción que será grabada en su espalda dice: “respeta a tus superiores”. Mientras el oficial se empeña por deslumbrar al extranjero con su minuciosa explicación, el condenado y un soldado que funge como custodio juguetean, se ríen y se vuelven amigos, totalmente ajenos a la situación ya de por sí surreal. Tal es el sistema de justicia de la isla, y el extranjero está ahí para ofrecer un comentario, desde su influencia y su reconocido nombre, sobre la máquina y el método empleado.

Ilustración de Robert Crumb, 1943.

Luego de la minuciosa explicación sobre el procedimiento y el funcionamiento de cada una de las partes de la máquina, el oficial espera que el extranjero emita un dictamen. El extranjero es contundente; no lo aprueba, por supuesto. Al escuchar esto, el oficial decide liberar arbitrariamente al condenado y, en su lugar, prefiere sufrir él mismo la condena. La inscripción que se autoimpone enuncia: “sé justo”. 

El extranjero finalmente presencia la ejecución que asume el propio oficial. El espectáculo es demencial, pero no basta con la tortura; la máquina falla. Los engranes se atoran; las agujas dejan de escribir y sólo se incrustan en la piel. Aquello se vuelve una carnicería al grado de tener que desprender el cuerpo de las agujas cuando todo termina.

Al último, el extranjero decide irse de inmediato de la isla, amenazando al soldado y al condenado para que no salten dentro del bote junto con él.

análisis

Así como sucede en distintas historias de Kafka, los personajes y los elementos fungen como una alegoría. La historia se desarrolla en una isla, un ambiente exótico que sirve para poner en perspectiva la situación y mirar con un ojo más crítico los hechos. Algo así como una caja de Petri en donde el extranjero, así como el lector, contemplan la forma de actuar del experimento humano, pero no están obligados a quedarse, mucho menos adoptar las formas y costumbres de las criaturas analizadas.

El soldado, al inicio, es únicamente un obediente del gobierno autoritario. No obstante, conforme avanza el cuento, este personaje termina por hacerse amigo del condenado. Una posible interpretación es que el soldado es parte del pueblo, al fin y al cabo; representa a la sociedad, al ciudadano que se ve obligado a cumplir un rol pero que muchas veces no comparte las convicciones de sus superiores, sino que persigue sus propios intereses desde el raciocinio. Además, tiene humanidad y empatía instintiva por otro ser humano.

En la historia, el condenado es un hombre que desafió la autoridad de sus superiores, y eso lo hizo acreedor al linchamiento, sin el derecho de defenderse y siendo humillado públicamente. El hombre termina por librar la condena debido a un mero hecho circunstancial, pero como personaje es un gran elemento simbólico de todas las personas que son ultrajadas por sistemas de justicia fallidos, autoritarios, violentos y absurdos. También representa a las personas inocentes que viven conflictos armados en su país y que sufren por razones irracionales, totalmente ajenas a su individualidad.

Ilustración de Wilmar Estrada.

En cuanto a la figura de autoridad de la isla, es decir, el oficial, se muestra como un fanático obsesionado ciegamente por un sistema anticuado, perpetuado por el deseo de poder y el gusto por la frialdad y la deshumanización de los sistemas industrializados (lo cual quedaría plasmado en la historia unos años después por Hitler). El oficial, así como distintos regímenes en el mundo, tiene como modelo al creador de semejante sistema, quien ya está muerto, y cuya imagen se borra con el paso del tiempo.

Referencias biográficas de Kafka

Hay varias consideraciones importantes sobre la vida del propio Franz Kafka para terminar de desmenuzar los elementos de esta historia. Primeramente, recordar que Kafka estudió derecho, por lo que conocía bien los procesos jurídicos, el lenguaje y el tipo de faltas en las que puede incurrir un poder o un gobierno contra un condenado, como el hecho de no permitirle conocer su acusación o no permitirle defenderse. En el cuento, todo sucede con absoluta arbitrariedad, algo que Kafka denunciaba constantemente en sus historias.

Otra consideración importante es que el escritor bohemio recibió un aviso de reclutamiento para el servicio militar en 1915 (un año después de haber escrito este cuento), pero la compañía de seguros para la que trabajaba logró un aplazamiento porque su trabajo se consideraba un servicio gubernamental esencial. No obstante, una de las contradicciones que suelen comentarse es que, a pesar de que Kafka criticó los gobiernos autoritarios y el sinsentido de los conflictos bélicos, intentó enlistarse en el ejército poco tiempo después, pero se le negó el ingreso debido a su tuberculosis, diagnosticada en 1917.

Sobre el diseño de la máquina de tortura, que en el cuento es llamada únicamente “aparato”, se dice que Kafka obtuvo la referencia gracias a la labor de su prometida, Felice Bauer, quien trabajaba en una empresa de fonógrafos y parlógrafos, artefactos que grababan y reproducían sonido. En sus primeras formas, los fonógrafos registraban las grabaciones con pequeñas agujas sobre cera, de ahí la idea de la peculiar máquina de “justicia”.

En 1916, dos años después de haber escrito el cuento, Kafka lo leyó frente a una audiencia en Munich, Alemania, entre quienes se encontraba el escritor Reiner Maria Rilke. En términos generales, el cuento obtuvo comentarios negativos, y parte de la crítica tildó a Kafka como un “libertino del horror” (Alt, 2005). Él mismo escribió a Kurt Wolff, su editor, que el cuento no estaba bien escrito, que tenía defectos y que nunca debió leerlo. No obstante, su editor apreciaba el texto y lo publicó en 1919, terminada la Primera Guerra Mundial.

Martin Senn. “Franz Kafka Der Eigentümliche Apparataus der Erzählung In der Strafkolonie.”

Es importante mencionar que Kafka no sufrió los horrores del nazismo, pues murió en 1924 por las complicaciones de la tuberculosis que padecía, pero sus hermanas, así como amistades cercanas, como la escritora Milena Jesenská, sí murieron a manos del régimen nazi en campos de concentración. 

Kafka y la tortura

El hecho de describir el proceso tortuoso de ser marcado en la espalda por agujas durante doce horas tampoco es una cuestión fortuita en Kafka. En distintas cartas, escritos en su diario y en escenas de sus historias se muestra un gusto personal de Franz por el sadomasoquismo. 

En una anotación de su diario, el 4 de mayo de 1913, Kafka escribió: “Siempre ha venido a mí la idea de un cuchillo de carnicero ancho, que apresuradamente y con regularidad mecánica se desliza hacia mí desde el costado y corta secciones transversales muy delgadas, que vuelan casi enrolladas durante el trabajo rápido”. En una carta a la escritora Milena Jesenská, en noviembre de 1920, Kafka menciona: “Sí, torturar es extremadamente importante para mí, no me preocupa nada más que ser torturado y torturar”. En otra carta a su amiga Grete Bloch, en noviembre de 1913, menciona: “¿No tiene el deseo de intensificar las cosas dolorosas tanto como sea posible?” (Alt, 2005).

Ilustración de Hermann Neumann, 1956.

En una época de represión y violencia, esta es una de las contradicciones más fuertes en Kafka, pues por un lado expone y denuncia la tortura propia de la vida, de las instituciones, de la burocracia y de la ley, pero por otra parte aprecia y disfruta la tortura física, que sólo puede exponer en sus escritos y comnunicaciones privadas.

El biopoder

“En la colonia penitenciaria” se ha convertido en un cuento de culto, aunque no forme parte de los textos más populares de Kafka, probablemente por la propia censura que prevalece en las editoriales. Así como sucedió durante la lectura del cuento en Munich, las audiencias prefieren apartar la mirada ante lo incómodo, ante los aspectos terribles del ser humano, pero no se inconforman ante las injusticias o el sufrimiento de las minorías.

La lectura de este cuento nos invita a reflexionar sobre el tema del biopoder, término acuñado por Michel Foucault para evidenciar la manera en que se controla a las masas y los individuos a través del cuerpo. En distintos países del mundo, existen sistemas judiciales que establecen normas desde el encarcelamiento hasta la pena de muerte, pasando por la mutilación corporal o los azotes. En la época medieval, sabemos que existieron linchamientos públicos, decapitaciones, hoguera, máquinas de tortura sofisticadas, etcétera. 

En la actualidad, este cuento sigue causando indignación y rechazo por cierta parte de la población, por supuesto; no obstante, nos preguntamos sobre el conflicto ético de si el condenado fuera una persona que cometió un delito grave, un violador, secuestrador, etcétera. ¿Estaríamos conformes con la manera de ejecutarlo? ¿Funcionan los castigos ejemplares como una advertencia efectiva ante la delincuencia? 

También nos invita a reflexionar, a partir de la teoría de Foucault, cuál es la disposición de los cuerpos en la actualidad. ¿Quién decide cómo delimitarlos, segregarlos y torturarlos para obtener obediencia y control? ¿Funcionan los métodos actuales de impartición de justicia? ¿Logran realmente restablecer el daño? Si nos pusiéramos en los zapatos del extranjero de la historia, ¿cuál sería el sistema de justicia que impondríamos en una isla donde fuéramos gobernantes?   

Desviar la mirada no es opción. La opresión sobre los individuos y las masas seguirá ocurriendo, más aún si nos mantenemos al margen. En el discurso actual de los cuerpos, la violencia y lo obsceno, las grandes marcas y los gobiernos definen lo que es agradable a la vista, lo que es políticamente correcto y lo que, desde su perspectiva, debe ser censurado. No obstante, el individuo y su raciocinio es quien define su realidad. Por más que quieran tatuar sentencias en nuestra piel, destrozarnos y desecharnos, la libertad está en nuestro propio juicio.

Bibliografía
  • Elias Canetti. “El otro proceso. Las cartas de Kafka a Felice”. La conciencia de las palabras, México, 1981.
  • Franz Kafka. In der Strafkolonie. Kurt Wolff Verlag, Leipzig, 1919.
  • Michael Foucault. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, 2002.
  • Peter-André Alt. Franz Kafka, Der ewige Sohn. Eine Biographie, C.H. Beck, München 2005.

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