14–21 minutos

LA función de la máscara en el cine de terror

“El hombre nunca es sincero cuando interpreta su propio personaje. Dale una máscara y te dirá la verdad”.
Oscar Wilde.

Máscara: nuestra verdadera
identidad


El cine de terror ha contribuido con buena parte de las máscaras que han poblado las pesadillas del imaginario colectivo, generación tras generación, debido a su crudeza, su expresividad, su ausencia de humanidad, o bien, por la historia que representan. En esta ocasión, nos preguntamos por su función en dicho género. Si una persona puede causar miedo a través de sus palabras o sus actos, ¿para qué portar una máscara? Si actúa de manera consciente y voluntaria, ¿para qué esconder su identidad?

¿El rostro representa realmente nuestra esencia? ¿Qué poder le otorga la máscara a una persona o cuál es el efecto simbólico que tiene en el espectador para que el portador sea resignificado como una criatura mucho más atemorizante que si no la llevara puesta? Acompáñanos a indagar en esta práctica milenaria y a cuestionar al ser humano desde lo que esconde detrás de una segunda piel.

Desde la etimología

Partiendo del origen y significado de la palabra “máscara”, encontramos que proviene del latín mascus y masca, que significa “fantasma”. También tiene origen en el árabe maskharah, que puede traducirse como “persona con máscara” o mashara, “bufón”. Desde este concepto, existe ya una referencia a esconder o transformar la realidad, y a representarla de manera satírica. También cabe mencionar el origen griego: πρόσωπον, prosopón, traducido comúnmente como “persona”, pero que se refería a aquellas caretas que utilizaban los actores en la Grecia de la antigüedad para representar emociones, héroes o deidades.

Su función cultural

Primordialmente, la máscara ha tenido una función ritual y escenográfica para personificar los elementos naturales y las deidades: el sol, la noche, la tormenta o la muerte. Es importante la palabra “personificar”, pues, al utilizar una máscara, el ser humano no únicamente representa lo que ella muestra, sino que asume la investidura de la máscara y actúa a nombre de ese personaje mientras la porta.

La máscara es un elemento simbólico, cargado de significado. En el “pacto de ficción”, el espectador deja de ver al actor y reconoce, en su lugar, al personaje representado. Mientras dura la escenificación o el ritual, el actor es, en sí mismo, el sol, la noche o la muerte.
La máscara también protege, cubre o esconde. Algunos superhéroes como Spider-man, Batman o Flash utilizan máscaras para esconder su “verdadera identidad”, pero ¿la vida de superhéroes no termina siendo su verdadera identidad? En todo caso, lo que estarían haciendo es lo contrario, esconder al personaje que representan en su vida cotidiana para dar lugar a quienes son en realidad: justicieros, vengadores o símbolos de una lucha.

Desde la psicología

Antes de dar paso al entendimiento de la función de la máscara en un género tan potente y simbólico como el horror, es necesario indagar en algunos conceptos psicológicos, pues es a través de esta disciplina que podemos adentrarnos en cómo funciona la mente, por qué reaccionamos de cierta manera a estímulos en particular, por qué tomamos ciertas decisiones ante sucesos significativos de nuestra vida y qué mecanismos utilizamos para hacerles frente; entre ellos, el portar una máscara, ya sea física o simbólica.

A nivel psicológico, uno de los conceptos de máscara se refiere a la actitud o personalidad que asumimos en un momento dado, y cambia dependiendo de la situación, el contexto, las personas con las que estamos o el reto que asumimos. Por ejemplo, en una entrevista de trabajo, nos ponemos la máscara de profesionales y utilizamos un tono y un lenguaje verbal y corporal particulares. En una cena familiar, nos ponemos la máscara de hija, hermana o padre. En una situación de emergencia, nos ponemos la máscara de supervivientes. Cada máscara trae a la luz ciertas habilidades con las que ya contamos, según lo requiera la situación. Por tanto, una persona no utiliza únicamente un tipo de máscara; en un sólo día, puede utilizar distintas.

La relación de una máscara con un personaje y su función en la formación de identidad de un individuo también se unen al momento de elegir modelos a seguir. Una máscara no se adopta únicamente de superhéroes; tomamos actitudes de nuestros padres, de profesores, amigos, líderes políticos o religiosos, etcétera.

Existe una expresión que utilizamos muy a menudo: “fuera máscaras”, para pedir que hablemos con la verdad, que no mintamos. Desde esta perspectiva, la máscara sería una evasión de nuestra verdadera persona. No obstante, bajo esta idea, surge la duda de ¿en qué momento somos totalmente genuinos? ¿Únicamente cuando estamos en soledad?

Con este cuestionamiento llegamos a la idea propuesta por el doctor en Psicología y profesor asociado en la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, Jordi Artigue Gómez (2021): “la máscara no tiene sentido si no es con relación al otro”. Uno no tiene necesidad de ponerse una máscara en soledad, frente al espejo. Siempre buscamos aparentar o adaptarnos frente a otro individuo o colectivo con el fin de socializar, de ser aceptados. En “Formaciones de lo inconsciente” (1950) Jung estableció: “La persona no es lo que uno realmente es, sino lo que ella y la otra gente opinan que ella es” (p. 33). Entonces, ¿estamos interpretando siempre el papel que nos han impuesto nuestros padres, la sociedad, nuestros amigos, nuestra pareja o nosotros mismos? Somos un cúmulo de experiencias y, ante las exigencias de la vida, necesitamos modelos a seguir que nos doten de sus propias virtudes para no sucumbir. También por eso es que nos identificamos y adoptamos ciertas máscaras, ya sean de superhéroes o de villanos.

La máscara también significa una barrera de protección frente al exterior, así como lo expuso el psicólogo Donald Winnicot: “La máscara se convierte en un objeto intermediario entre nuestro mundo interior y la realidad externa, entre aquello que nos da miedo o nos divierte y el sentimiento de ridículo o la necesidad de protección, por ejemplo” (Artigue, 2021). Es bien conocido el gesto que hacen los infantes ante algo que les asusta: cubrirse la cara con las manos. En ese gesto, también es común dejar un pequeño espacio entre los dedos para alcanzar a observar aquello que nos perturba. Hay una protección frente a lo amenazante pero también hay una satisfacción en conocerlo. Siempre es deleitable acercarnos al peligro, sobre todo con una línea de seguridad que nos haga saber íntegros.

Con esta idea, nos vamos adentrando a la relación de la máscara con el terror. ¿Qué experimentamos ante una criatura que nos muestra una máscara amenazante? O más interesante aún: ¿qué experimentamos cuando nosotros mismos decidimos portar dicha máscara?

Actualmente, un ejemplo de máscaras perturbadoras que han ganado notoriedad son las que portan los miembros de la banda de metal Slipknot. En distintas entrevistas, su vocalista, Corey Taylor, ha mencionado que las máscaras no son para ocultar su identidad y dar vida a un personaje; por el contrario, las máscaras les permiten mostrar quienes son realmente y liberar esa violencia y frustración que hay dentro de todo ser humano sin pudor a los juicios de terceros. En una entrevista para el podcast Steve-O’s Wild Ride, mencionó: “Nadie es plano, todo el mundo tiene varias capas, cada persona tiene diferentes dimensiones dentro de ella misma. Y esa máscara y esa música representan cierto lado de mí, ciertos eventos de mi vida, ciertas cosas por las que he pasado, cosas con las que lucho aún a día de hoy”.

Esta función de la máscara es en la que nos centraremos: la de exponer, liberar o mostrar una parte de nosotros que ya existe, misma que, por miedo, represión o convención social, no podemos mostrar sino a través de ciertas dinámicas o bajo ciertos parámetros muy delimitados.

En el cine de terror

El monstruo y la máscara cumplen una función fundamental junto con la narrativa en sí misma: fungen como un canal para liberar nuestros instintos, deseos o fantasías. Como en un patio de juegos, los personajes nos permiten cuestionarnos: ¿qué haríamos nosotros en lugar del monstruo o de la víctima? Y nos permiten ponernos en el papel de ambos. Al colocarnos la máscara del monstruo, somos capaces de identificarnos con su sufrimiento y reconocer qué se siente tener poder y libertad sobre otras criaturas, satisfacer nuestros deseos más oscuros e ir en contra de lo establecido; pero también ser rechazados, aislados y juzgados.

Es muy importante resaltar que no todos los monstruos portan máscara. Y aquellos que la portan, es por motivos y objetivos muy distintos. El monstruo no siempre adopta una máscara para esconderse. A veces, lo hacen para representar una ideología, para causar repulsión, como trofeo, como armadura, o bien, para mostrar algo que, a pesar de que es terrible, es mucho mejor que aquello que esconde. Recordemos que el miedo más profundo y abominable es aquel que no puede mostrarse, aquel que el entendimiento humano no es capaz de asimilar, aquel que, por terrible, es inefable. Por tanto, a veces es necesaria una máscara para representarlo, pues, de lo contrario, enloqueceríamos ante su revelación.

Repasemos, ahora, algunas de las máscaras más representativas del cine de terror. Observemos que sus orígenes e historias varían mucho entre sí, además de que, en buena parte, la función recae en el impacto visual, pues, como mencionamos anteriormente, la máscara no tiene sentido si no es con relación al otro. Es el otro quien ve la máscara, a quien va dirigida. Por tanto, el impacto visual es, además de la función simbólica, una de las funciones más poderosas de esta expresión humana.

La máscara de portero de hockey que usa Jason Voorhees es una de las principales referencias del cine de terror clásico y se ha convertido en un elemento de la cultura pop. A pesar de ser uno de sus rasgos distintivos, Jason no porta la máscara sino hasta la tercera película, Viernes 13 Parte III (1982), donde asesina a Shelley en el campamento Crystal Lake, de quien la roba para cubrir su rostro desfigurado.

La función de la máscara en Jason está íntimamente ligada con el desarrollo del personaje, pues, de pequeño, una de las razones por las que sufría acoso era por su aspecto físico y su condición mental, pues nació con hidrocefalia. A sus once años, fue al campamento Crystal Lake, donde su madre era cocinera. Los demás niños del campamento lo molestaban y, en una ocasión, lo persiguieron hasta el lago. Al no saber nadar, estuvo a punto de morir. Su madre, Pamela Voorhees, al pensar que su hijo había muerto ahogado, quiso tomar venganza y comenzó a asesinar a sus agresores en el campamento. Al final de esta primera película, Pamela es asesinada de un machetazo. Jason, quien había logrado salir del agua y se había internado en el bosque, atestiguó el asesinato de su madre y desde entonces vuelve para continuar la venganza.

A lo largo de las distintas películas de la franquicia, el rostro de Jason, su verdadera cara, ha adoptado distintos diseños espeluznantes, el cual termina por cubrir con una máscara de portero de hockey. ¿Qué nos quiere decir con esto el personaje? ¿Que dicha máscara es un símbolo de su frustración pero, en el fondo, el Jason “humano” no actuaría de esa manera? ¿Que el trauma de su aspecto físico sigue presente por la violencia que vivió de niño y, por tanto, la máscara se ha convertido en su verdadero rostro? Finalmente, el público ha identificado la emblemática máscara de Jason y la ha asociado a un profundo miedo a la violencia desmedida, a la deshumanización, a la frialdad. El diseño de una máscara de portero de hockey no presenta rasgos humanos, es blanca y amenazante. Ante esta imagen, la víctima sabe que no recibirá clemencia.

Otra de las máscaras emblemáticas del cine de terror es la del asesino Michael Myers, un psicópata que, según su propio psiquiatra en la historia, el Dr. Loomis, es carente de todo entendimiento, raciocinio, así como del sentido del bien y del mal. Su máscara refleja esta ausencia de expresión; representa el mal absoluto. ¿Cómo no temerle a una criatura que no tiene humanidad, que no conoce el dolor, la compasión, el perdón o el arrepentimiento? La falta de rasgos en la máscara de este personaje también refleja que cualquier persona puede ser la asesina. Esto se expresa a través del lenguaje cinematográfico en la primera película, Halloween, de 1978, dirigida por John Carpenter, cuando la cámara ve a través de la máscara, lo cual coloca al espectador en los zapatos del propio asesino.

La máscara que el equipo de producción eligió para el Michael Myers tiene detrás una historia curiosa. Nick Castle, quien interpretó al asesino, ha contado que uno de los productores acudió a la tienda Bert Wheeler’s Magic Shop, en Hollywood, para comprar un par de opciones como propuesta para la máscara del personaje. Encontró una de payaso y también encontró una del rostro de William Shatner interpretando al Capitán Kirk en Star Trek. Tal fue la opción ganadora. Lo que el productor hizo fue pintarla de blanco y hacer un poco más grandes los huecos de los ojos. La inexpresividad de esta máscara dio en el blanco para dar vida al asesino. Como anécdota, el propio William Shatner llegó a utilizar para la noche de brujas la máscara inspirada en su propio rostro. Y así salía a espantar a las calles.

¿Por qué hablar de un personaje sin rostro en un artículo sobre máscaras? Justamente por la función: el no mostrar el rostro cumple la función de esconder la identidad ante el otro. ¿Qué es lo que permite la cualidad de ser invisible? El no ser juzgado ante actos ilegales o antiéticos. Tanto en la novela original, El hombre invisible (1897), de H. G. Wells, como en las distintas adaptaciones para el cine y la televisión, el hombre invisible comete robos, violaciones y asesinatos al aprovecharse de la facultad de no ser visto. Esto nos deja pensando: ¿cualquier persona sería capaz de cometer estos actos atroces si tuviera la facultad de no ser vista y juzgada? Y, por tanto, volvemos a una de las preguntas fundamentales de la filosofía: ¿el ser humano es malo por naturaleza o es la sociedad quien lo corrompe? De no tener leyes y convenciones sociales para una convivencia sana y funcional, ¿robaríamos y asesinaríamos a diestra y siniestra? Así como lo establece R. L. Stevenson en su novela El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, la fórmula no produce violencia en el individuo, sino que extrae lo que ya había dentro desde un inicio.

En relación con la idea anterior sobre el miedo al individuo que ejerce violencia sobre otro con total impunidad, tenemos las máscaras de la saga La purga, cuya premisa establece que, una vez al año, durante 12 horas, todos los delitos son legales. Esta tradición distópica se lleva a cabo con el afán de controlar a la población, así como de deshacerse de la clase baja. Rostros con risas sardónicas, personajes políticos, símbolos nacionalistas… las máscaras de esta saga nos recuerdan, así como en el ejemplo anterior, que cualquiera es capaz de emplear brutalidad sobre otro con motivos ideológicos, raciales, económicos o religiosos, si tuviera la libertad de hacerlo. ¿Cómo sería la sociedad de aquellos supervivientes finales? Una muestra de lo más sanguinario y despiadado que podemos llegar a ser.

Erik es el nombre del genio arquitecto y músico que compone las obras de gran fama de la Ópera Garnier de París en la novela original El fantasma de la ópera (1910), de Gaston Leroux. Erik nació con una deformación en el rostro, razón por la que sus padres lo vendieron, y así comenzó su peregrinar por el mundo para ganarse la vida. 

Utilizó sus dotes arquitectónicos para esconderse en los túneles subterráneos de la Ópera Garnier de París, alejado del mundo exterior y de la gente. La característica máscara que utiliza es justamente para esconder su deformidad, y el hecho de moverse entre la oscuridad lo ha llevado a ser reconocido como un fantasma. A pesar de que en la novela se describe que la máscara cubre prácticamente todo el rostro, dejando únicamente libres los ojos; la versión más reconocida de la máscara fue la diseñada por Maria Björnson para la producción musical de Andrew Lloyd Webber, estrenada en 1986. La máscara tiene un diseño teatral y elegante, acorde con la personalidad artística y sofisticada de Erik. Además, cubre únicamente la mitad del rostro, lo cual es también un simbolismo de la dualidad humana, así como de la propia dualidad de Erik, pues, por un lado, tiene una sensibilidad exacerbada y está obsesionado con la cantante Christine Daaé; pero por otro, la violencia y el rechazo que ha vivido, le han generado gran resentimiento e inseguridad, por lo que ha optado por vivir entre las sombras.

Terminaremos este breve recorrido por las máscaras más icónicas del cine de terror con el caníbal más emblemático del cine: Hannibal Lecter. La máscara con la que es trasladado en la película El silencio de los inocentes (1991) fue diseñada por Ed Cubberly, especialista en protectores bucales y equipos de seguridad deportiva. Por ello, la apariencia de la máscara está basada en la de un portero de hockey, con sus respectivas modificaciones como la barrera bucal, que asemeja dientes de metal, totalmente acorde con el personaje caníbal. Además, el dejar libre la mirada expresiva de Anthony Hopkins fue totalmente acertado para regalarnos una imagen espeluznante y agresiva.

En esta primera película de la saga también podemos ver cómo Lecter se hace una máscara con la piel del policía, a quien le corta la cara para poder escapar, en un espeluznante robo de identidad. La práctica de cortar la piel de la víctima para portarla también se muestra en la película por parte del asesino Buffalo Bill, quien utiliza la piel de las mujeres que secuestra para hacerse un traje. En la trama de la película, Buffalo Bill es transgénero, y asemeja este “cambio de piel” con la metamorfosis de la emblemática mariposa noctura Acherontia styx, característica por tener una mancha en forma de calavera entre las alas.

No podemos culminar este breve viaje a través de la función de la máscara en el cine de terror sin hacer una mención de Halloween, la celebración anglosajona, difundida en distintos países, en la que utilizamos máscaras e interpretamos el papel de monstruos para divertirnos y liberar un poco de esa fantasía sádica de atemorizar a otros, de esconder nuestra verdadera cara, dejar de ser juzgados y, por un momento, experimentar el poder de un monstruo que no tiene ya nada que perder, pues ha sido rechazado por la sociedad y aislado en la invisibilidad de la noche.

Para nosotros, únicamente se trata de portar una máscara y “jugar” mientras dura la representación, pero para los monstruos, no siempre es posible quitarse esa máscara. Nosotros tenemos la capacidad de decidir hasta qué punto queremos que una máscara se convierta en nuestra propia identidad. Cada persona, a partir de su contexto, experiencias, sistema de valores y herencia familiar, decide qué papel quiere jugar y qué máscara utilizará día tras día. ¿Vale la pena, entonces, tener modelos para elegir una u otra máscara? ¿Es necesario tener mecanismos para sublimar las pasiones y frustraciones de manera legal en nuestra sociedad?

La máscara es una herramienta fundamental para la construcción de nuestra identidad personal y cultural. Mientras seamos conscientes de su gran poder, podemos reconocerla, interpretarla, apreciarla y disfrutarla en todo su potencial. 

Bibliografía

Altuna, Belén. (2009). “El individuo y sus máscaras”. Ideas y valores, núm. 140. Universidad Nacional de Colombia. Ver artículo

Fay, María. (2021). “¿Qué es la máscara, según Carl Jung?”. Psicología La Guía. Ver artículo

Gómez Artigue, J. (2021). “Máscaras y salud mental”. Temas de psicoanálisisVer artículo

Deja un comentario

Tendencias