13–20 minutos

A un fantasma no sólo se le ve, también se le escucha

Los fantasmas en la ópera

Fernando Montoya

Me inclino a pensar que todos somos fantasmas: cada uno de nosotros. No es sólo lo que heredamos de nuestros padres y madres lo que nos atormenta.

Son todo tipo de viejas teorías extintas, todo tipo de viejas creencias extintas…

Henrik Ibsen, “Ghosts”, Acto II.

No es fácil hablar de fantasmas. Cuando se evocan, nos damos cuenta de que forman parte de una inquietante colección de relatos, o, dicho de otra forma, contienen un posible inventario de angustias y desvelos. Mencionados en relatos literarios, exhibidos en películas, redimidos en alguna tarde con amigos, se recuerdan y dignifican. Y lo justo es decir que nunca sentimos temor: calificamos el asunto de ocurrencia divertida y adecuada ocupación para tiempos inciertos.

Nos hemos divertido, porque siempre hay mucho juego cuando se trafica con los fantasmas. Son más livianos que los objetos y que los libros. Logran emanciparse de los textos y jamás quedan atrapados entre palabras. Pero nada hemos dicho de cómo los hemos escuchado.

La Ópera, como cualquier género musical, ha sido históricamente un transmisor de emociones, que aporta la concentración dramática de los libretos y el taladro inmediato al núcleo de nuestros sentimientos que supone la música: amor, odio, venganza, soledad, miedo, traición, muerte, todos, en su conjunto, transformados en melodías, arias y leitmotiv.

Muchos libros sobre la historia de la Ópera se concentran en el tradicional trío integrado por compositores, obras e intérpretes. Mis estanterías (al igual que las de todo amante de la ópera) se hallan repletas de ellos. Sin embargo, además de ser una forma artística, la Ópera siempre ha sido también una manifestación cultural que habrá que interpretarse desde muchos ángulos.

Los fantasmas en la música tuvieron su apogeo, como en el resto de las artes, en los siglos XVII al XIX porque los románticos estaban convencidos de que el tiempo no es lineal, sino también es pasado, presente y futuro. De este modo, lo fantasmagórico en la música es un recurso que representa a la “sombra”, aquello que anuncia una advertencia (Rey Nino en Semiramide de Rossini), una venganza (el fantasma del padre de Hamlet de Ambroise Thomas), o una forma de recordarle a los personajes de la obra y al mismo espectador sentado en el asiento de algún teatro, lo efímero que somos en este mundo (El holandés errante de Richard Wagner). Por tanto, el Romanticismo está muy relacionado con la concepción de la muerte (Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley), con lo trágico del suicidio (Las penas del joven Werther de J.W. Goethe), con los no-muertos (Drácula de Bram Stoker) y en cómo la música era puente para hacer valer todo ello.

Un primer caso: “El cazador furtivo” de Carl Maria von Weber, del año 1821 y considerada como la primera ópera alemana más representativa del Romanticismo. En su historia, Max intenta ganar un concurso de tiro en el que el premio es una mujer llamada Agathe. Para ello, el demonio Samiel, por mediación de Caspar, un ayudante de guardabosque, le seduce para darle unas balas trucadas. 

Agathe, además de representar el objeto deseado, representa a su vez el contrapunto de piedad y fe que hacía falta ante tantos seres endemoniados, para así concluir sobre la victoria del bien sobre el mal. En concreto, el final del Acto II comienza con un canto de “espíritus invisibles”, anunciando presagios e imágenes tenebrosas. A medida que se van preparando las balas, la música sube de intensidad y se acentúa el carácter rítmico. Las balas provocan una tormenta orquestal: el galope de caballos, el ruido de los cazadores y sus perros. En síntesis, lo que pretendía von Weber con esta obra era representar la fina línea entre el paso del bien al mal, pero también el Volkgeist (espíritu del pueblo, alemán claro está).

En Lucia di Lammermoor, ópera de Gaetano Donizetti, escrita en 1835 y basada en la obra de Walter Scott “La novia de Lammermoor”, la historia del fantasma es narrada. Por la noche, en una fuente vecina al castillo de Ravenswood, Lucia espera a su amado Edgardo. En esa larga espera, Lucia cuenta a su acompañante Alisa que tiempo atrás, en aquel lugar, vio el fantasma de una mujer que fue asesinada por un hombre celoso. Un mal presagio, una advertencia a Lucia en desistir de ese amor:

LUCIA

Reinaba el silencio,
en la noche profunda y oscura,
iluminaba la fuente
un pálido rayo de luna…
cuando un gemido apagado
se oyó entre las brisas
y aquí, sobre esa orilla,
se me apareció el espectro! ¡Ah!
Sus labios se movían como
si me hablase,
y con su mano exánime
parecía llamarme.
Estuvo un instante inmóvil,
y después se esfumó veloz…
y las aguas, antes tan limpias,
de sangre se tiñeron…

Regnava nel silenzio
Alta la notte e bruna…
Colpìa la fonte un pallido
Raggio di tetra luna…
Quando sommesso un gemito
Fra l’aure udir si fè,
Ed ecco su quel margine
L’ombra mostrarsi a me, ah!
Qual di chi parla muoversi
Il labbro suo vedea,
E con la mano esanime
Chiamarmi a sè, parea.
Stette un momento immobile
Poi ratta dileguò,
E l’onda pria sì limpida,
di sangue rosseggiò!

Esta aria y las múltiples producciones que hay sobre Lucia, remite a un tema sensible: la violencia hacia la mujer y los feminicidios. La música establece una atmósfera no solo siniestra sino además triste y trágica: el espectro de una mujer sin habla, quizás por el trauma, mostrando al personaje principal la suerte a tener si no claudica del amor hacia Edgardo. Lo demás es historia: Lucia es casada, por órdenes de su hermano, con otro hombre que no desea, lo asesina, enloquece y se suicida. 

Similitud tiene la anterior escena con la ópera “Barba azul” de Béla Bartók, escrita en 1911 y basada en la obra de Charles Perrault. La obra, en general, posee una musicalidad dramática, alternada con oboes, trompetas, trombones, gong, fagotes, cuerdas, flautas y corno. La leyenda es cruel y sangrienta. Judith, impulsada por un ardiente amor, ha seguido al misterioso Barbazul hacia su castillo. El castillo que siente y llora. Ahí, ella tiene visiones de lo que aconteció en el pasado: un cuarto manchado de sangre. Vacilante, Judith abre una de las tantas puertas. Iluminadas por la fría luz de la luna, aparecen, soberbias y espectrales, las antiguas esposas de Barbazul: “A la primera la encontré al alba. A la segunda al mediodía. A la tercera al crepúsculo”. Judith no quiere seguir escuchando: “A la cuarta, la encontré a medianoche”. Ella implora el perdón, pero es demasiado tarde. Reinará eternamente sobre las demás esposas como Reina de la Noche. Después de cerrar la puerta, Barbazul, mezcla de rabia e impotencia declara: “A partir de ahora todo será oscuridad… oscuridad…” Permanece en el centro del vacío castillo, mientras las sombras lo envuelven.

Otro espectro que advierte sobre el futuro se halla en “Los Troyanos” de Hector Berlioz, ópera escrita entre 1856 y 1858 y basada en “La Eneida” de Virgilio (Siglo I A.C.). En el Acto II, Eneas se encuentra en una habitación de su palacio, observando desde una ventana cómo del caballo de madera emergen los griegos atacando la ciudad. Con la lucha de fondo, la sombra de Héctor (héroe griego, muerto por Aquiles años atrás) visita a Eneas y le advierte que huya de Troya hacia Italia, donde habrá fundar una nueva ciudad.

EL ESPECTRO DE HÉCTOR

¡Ah!… ¡Huye, hijo de Venus!
¡El enemigo se abate sobre nuestros muros!
¡El orgulloso destino de Troya llega a su fin!
Un huracán de llamas esparce, de los templos a los palacios, sus torbellinos…
Nada se puede hacer ya para salvar a la patria.
Pérgamo te confía a sus hijos y sus dioses.
¡Márchate!.. Ve a Italia…
Tu pueblo renacerá allí después de haber errado largo tiempo por el mar.
Fundarás un imperio poderoso,destinado a dominar el mundo.
Allí encontrarás la muerte de un héroe.

Ah!… fuis, fils de Vénus!
l’ennemi tient nos murs!
De son faîte élevé Troie enrière s’écroule!
Un ouragan de flammes roule
Des temples aux palais ses tourbillons impurs…
Nous eussions fait assez pour sauver la patrie
Sans l’arrêt du destin. Pergame te confie
Ses enfants et ses dieux. Va, cherche l’Italie…
Où pour ton peuple renaissant,
Après avoir longtemps erré sur l’onde
Tu dois fonder un empire puissant,

Dans l’avenir, dominateur du monde,
Où la mort des héros t’attend.

La escena musical alterna entre melodía lúgubre anunciando la sombra de Héctor y la tormenta orquestal de victoria que inspira a Eneas. Así, el guerrero troyano reunió a los sobrevivientes de la lucha, abrió camino a Cartago donde fue hospedado por Dido, y partió de ahí hacia la península itálica para fundar Roma. Como se observa, el recurso de advertencia en héroes clásicos llevados a la ópera era muy común. Así sucede en “Semiramide” de Giacomo Rossini, ópera que data de 1823 y está basada en la obra “Semiramis” de Voltaire de 1746. En la ópera de Rossini, la legendaria reina asiria Semiramide, fundadora de Babilonia, ha asesinado a su marido, el Rey Nino, para así poder ascender al ansiado trono. Sin embargo, y para sorpresa y pavor de los pobladores, el fantasma del rey aparece, para advertir que algunos crímenes deben ser expiados.

Hablemos del espectro que regresa para cobrar venganza. En “La dama de picas” ópera de Piotr Illich Tchaikovski, escrita en 1890 y basada en el cuento homónimo de Pushkin de 1833, la acción de la obra se sitúa a finales del siglo XVIII, en San Petersburgo, bajo el reinado de la zarina Catalina la Grande. El tiempo de la acción no es importante, realmente, y la misma historia (que trata sobre la caída grotesca de un militar cegado por los juegos de azar, y que en su obsesión renuncia al amor de su vida y a su propia salud mental) podría ser llevada a otros lugares, otros tiempos, incluso adaptarse con un lenguaje simbolista, surrealista y posmoderno.

En esta historia, repleta de antihéroes, un joven y codicioso oficial del Ejército Imperial Ruso se obsesiona con la historia de una vieja Condesa que gana tres veces consecutivas en un juego de cartas. En su empeño por arrancarle el secreto de sus famosos triunfos, ingresa al Palacio, la amenaza y, del susto, la anciana muere. La noche del funeral, el espectro de la anciana mujer visita al oficial y le revela el secreto tan anhelado. Pero cuando el soldado trata de ponerlo en práctica, apuesta todo y lo pierde. Las cosas no suceden como esperaba. Es la venganza póstuma de la Condesa y un escarmiento contra el pensamiento irracional.

Ahora bien, es probable que una de las escenas operísticas más representativas de un fantasma que cobra venganza, se lo lleva el fantasma del Comendador, Gonzalo de Ulloa, en la ópera “Don Giovanni” de W. A. Mozart. La ópera, basada en “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” de Tirso de Molina, narra la historia de un joven arrogante, noble, promiscuo, que sale avante de cualquier pleito, insultando y haciendo enojar al resto de los personajes del reparto, hasta que se topa con alguien a quien no puede matar, golpear, eludir o burlar: el Comendador, quien regresa de ultratumba para cobrar su muerte, ocasionada por Don Juan.

COMENDADOR

Termina, oh triste, tus años. Mira cuál es tu fin.

Termina, o tristo, gli anni, vedi il tuo fin qual è.

DON GIOVANNI

¡Ay! ¡Qué horror! ¡Qué terror!
¡Ay, qué bárbaro tormento!
¡Qué insufrible martirio
mostráis horrendo, airadas furias, de atenazarme cesad!
¡Ah, no puedo sufrir más!

Ahi! Che orrore! che spavento! Ah,
che barbaro tormento! Che insoffribile
martir, mostri orrendi, furie irate, di
straziarmi deh cessate! Ah non posso
più soffrir.

En esta escena, recreada en múltiples producciones, la orquesta marca la tragedia con acordes oscuros y pesados que retumban cuando la voz de bajo profundo del Comendador, en forma de estatua, regresa para darle a Don Giovanni la oportunidad de arrepentirse de su vida libertina, pero éste se niega y es condenado a la muerte y al tormento del fuego y la oscuridad. 

Similar caso del espectro-vengativo operístico puede referirse al rol de dos personajes fantasmales en la obra de Shakespeare: Banquo en “Macbeth” de Verdi, ópera escrita en 1846 y el fantasma del difunto padre de “Hamlet” de Ambroise Thomas, escrita en 1868. Sin profundizar en ambos personajes, muy visibilizados en la crítica literaria, ambos son poseedores, en la escena operística, de un halo musicalmente siniestro. Para el caso de Banquo, éste no habla solo aparece, una alucinación que revela el estado mental perturbado de Macbeth, pero que simboliza la culpa y el miedo a las consecuencias del asesinato. En cambio, en Hamlet de Ambroise que, a su vez está basada en una adaptación de Alexandre Dumas, el fantasmal padre hace notar expresamente su deseo e instruye al hijo cobrar la venganza de su muerte:

EL ESPECTRO

Si tu corazón aun me recuerda con cariño…
¡Véngame! ¡Véngame!
Escucha: es a él a quien se le agasaja.
¡Es a él a quien han proclamado rey!
Mi corona está en su cabeza.
¡Ya nadie se acuerda de mí!
Pero la brisa matutina ha levantado los pliegues de mi mortaja.
¡Es hora de cumplir mi fatal misión!
¡Es necesario apresurarse!

Ah! si ton cœur me garde un pieux souvenir,
Venge-moi! venge-moi!
Ecoute: c’est lui que l’on fête,
C’est lui qu’ils ont proclamé roi!
Mon diadème est sur sa tête
Et nul ne se souvient de moi!
Mais par la brise matinale
Les plis de mon linceul déjà sont soulevés,
Il est temps d’accomplir ma mission fatale!
Il faut que je me hâte!

La ópera de Ambroise Thomas cumple con todas las expectativas de lo que debería ofrecer una obra trágica como es Hamlet: una corte degenerada en todo su esplendor, la intensa lucha del héroe, la inquietante locura de Ofelia y, desde luego, la misteriosa aparición del fantasma del padre, cuya aria se mantiene en toda la escena como voz de ultratumba.

Muy semejante aria y escena operística aparece, aunque de breve momento, en “Don Carlo” de Giuseppe Verdi, escrita en 1867 y basada en la obra homónima de Friedrich Schiller. Casi al concluir la ópera, cuando al pobre infante don Carlos, hijo de Felipe II, aparece el abuelo Carlos V, ya fallecido. El monarca en forma de monje emerge de las sombras y evoca:

CARLOS V

El dolor terrenal
hasta el claustro nos acompaña;
la guerra del corazón
sólo en el cielo se calma.

Il duolo della terra
nel chiostro ancor ci segue,
solo del cor la guerra
in ciel si calmerà!

La obra de Schiller y, por tanto, la ópera de Verdi es una proclama de la lucha de la libertad contra la opresión política y religiosa, representadas en los personajes de Felipe II y el Gran Inquisidor. El fantasma del emperador Carlos V todavía suscitaba miedo en las monarquías europeas, por lo que su personificación en la obra representa una defensa y un grito de impotencia hacia aquella libertad coartada, mostrada a través de su nieto, don Carlos. La turbulencia del mundo persistirá incluso en la Iglesia: “no podemos descansar sino en el Cielo”, exclama el fantasma y el telón cae.

En la ópera igualmente se canta la existencia de un fantasma que no es fantasma. El Conde Rodolfo visita su pueblo natal, en Suiza. Los pobladores, fascinados por su llegada (y a su vez entrometidos y supersticiosos), cuentan que por las noches: “una sombra baja de la colina a la llanura / envuelta en blanco sudario que va arrastrando / con el pelo revuelto, la mirada ardiente / cual densa niebla que el viento agita / avanza, crece, inmensa parece”. Al final, no es sombra, es una Sonámbula. Magnífica obra musical compuesta por Vicenzo Bellini en 1831. 

Finalmente, se halla el fantasma con fundamento filosófico, reflexivo a la vida, la muerte, el amor, la otredad y la asimilación, consciente, del “Ser fantasma”. Por ahora subrayo tres. La primera, “El holandés errante” de Richard Wagner escrita en 1843, basada en obra literaria “De las memorias del señor de Schnabelewopski” de Heinrich Heine. El personaje del holandés representa aquella alma condenada por negar la existencia de Dios. Al principio, en su obertura, el compositor alemán nos ofrece, de entrada, el ambiente central: el mar, el viento, el buque fantasma, también la joven fascinada por el universo tormentoso del fantasma, la alegría de los marineros, la melancolía del navegante. Como dice en su bellísimo monólogo: “Cuán a menudo me precipité anhelante en los más profundos abismos del mar, más, ay, jamás hallé la muerte / lancé mi navío contra las escolleras, allí donde yace el espantoso cementerio de barcos: más, ay, mi tumba no se cerró sobre mí / Provoqué con burlas al pirata, y esperé morir en el brutal combate / ¡Aquí!, gritaba yo, ¡muestra aquí tu fama! ¡barcos y botes están llenos de tesoros! / Más, ay, el bárbaro hijo del mar se santiguó y huyó lejos aterrorizado (…) / ¡En ninguna parte una tumba! ¡Jamás la muerte! Esta es la terrible sentencia de mi condena”. Continuamos con la segunda obra, “Otra vuelta de tuerca” de Benjamin Brtitten, escrita en 1954, basada en la obra de Henry James de 1898. Quien haya leído la obra sabrá el mundo alterno en el que viven los personajes. En una casa de campo remota, una institutriz llega para hacerse cargo de los huérfanos Flora y Miles. Ella lucha para protegerlos de espíritus extraños y amenazantes, pero las interrogantes son constantes: ¿son reales estas apariciones o producto de una delirante imaginación? Por último, “Ghosts of Versailles”, ópera compuesta en 1991 por John Corigliano e inspirada en la obra “La madre culpable” de Beaumarchais. En esta obra, los fantasmas juegan entre asimilar o no que están muertos, recordar y revivir eternamente episodios de sus vidas, por más dolorosas que sean. María Antonieta canta: “Siempre están conmigo: la espera sin límites / el olor de la sangre sobre el acero / y ese terrible sonido / Siempre están conmigo esas imágenes / mis niños llorando… / la multitud empujando / las cabezas cortadas en las picas”.

El “fantasma escuchado” como sucede en la Ópera, se escapa entre las líneas y se torna musical. La gramática que lo organiza es más flexible, más utópica y sensitiva. Trabajar con la música les ofrece personalidad, sentimientos, una razón de ser en la historia que se canta, interpreta y narra. 

No vemos el mar, pero advertimos su presencia por el ruido de olas. Así nos pasa con los fantasmas: no nos asustan, pero escuchamos el susurro de un inmenso dolor. 

¿Quién se lamenta? ¿De dónde procede el eco de tantos suspiros? Quizás sea nuestro miedo, porque aquellos seres que “son y no lo son”, no nos son tan ajenos: representan lo que podemos ser algún día.

fernando Montoya

Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto, Bilbao, España, y maestro en Filosofía Política por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus escritos han sido publicados en el Instituto de Investigaciones Sociales y en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM; Instituto Matías Romero; en el ITAM; en la Universidad Iberoamericana, en Foreign Affairs, entre otros. Igualmente, en revistas de divulgación como Librerías Gandhi, Tierra Adentro y en Opera Mundi.

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