¿Por qué hubo una ola de satanismo y ocultismo en el cine de terror mexicano?
La oscura herencia
del cine
Hubo un periodo en el cine de terror mexicano, particularmente en las décadas de 1960, 70 y 80, donde el ocultismo fue un elemento central de la trama. Y a pesar del pensamiento eminentemente católico de la sociedad de la época, hubo filmes que hicieron alusión directa al satanismo y terminaron convirtiéndose en filmes de culto. En este breve artículo, nos disponemos a hacer un recorrido histórico para indagar las causas de dicha ola de satanismo y ocultismo, pero, sobre todo, cuál fue la función social de una expresión artística tan controversial.
De acuerdo con el INEGI, hasta 2020 la población católica en México era de 78 %, una cifra que descendió en contraste con 1970, cuando el porcentaje era de 96.2 %, y qué decir de la estadística a inicios de 1900, cuando el catolicismo abarcaba un 99.1 % de la población.
Si buena parte de la sociedad actual tiene todavía una arraigada ideología de la familia tradicional, de la sexualidad, de los roles de género y de las “buenas costumbres”, cintas como Satánico Pandemonium (La sexorcista) de Gilberto Martínez Solares (1975) o Alucarda, de Juan López Moctezuma (1977), no hicieron sino cuestionar y enfrentarse a dicho pensamiento. Pero más allá de la rebeldía o el libertinaje, el cine de terror de dichas décadas nos revela todo un sentimiento occidental, ya no sólo latinoamericano, que surgió en respuesta al autoritarismo y la opresión a la libre expresión, a los derechos de la mujer y al pensamiento disidente.

(Dir. Chano Urueta, 1962)
Causas históricas
En México, el catolicismo derivado de la invasión española dio pie a todo un nuevo paradigma cultural e ideológico, pero también a una sociedad conservadora, supersticiosa y machista. La opresión política, económica y militar resultó en la Independencia y posterior Revolución Mexicana, por mencionarlo de manera fugaz. Estas fueron las primeras expresiones de sublevación por parte de la sociedad postcolonial. Las décadas posteriores a la Revolución trajeron consigo gradualmente la modernización del país. Por su parte, Época de Oro del cine mexicano (1936 en adelante) propició la asimilación de símbolos nacionales y de todo un sistema de valores y creencias que consolidó el nacionalismo, pero también una idea muy particular del macho mexicano: alcohólico, voluntarioso y mujeriego.

(Dir. Luis Estrada, 2023)
Naturalmente, habría una respuesta ante esta manera de perpetuar los ideales y, poco a poco, gracias al crecimiento cultural del país, nuevas voces comenzaron a surgir; una nueva crítica se abriría paso para dar poder a la población oprimida durante tanto tiempo. En buena parte, la literatura y el cine fueron los medios a través de los cuales se cuestionaron los símbolos y los mecanismos de control que regían a la sociedad. Y fue la manera en que la población pudo contrarrestar, en cierta medida, la opresión.
Segunda Guerra Mundial
Mientras México vivía sus primeros años de democracia y comenzaba su modernización, el mundo ya transitaba una Segunda Guerra Mundial. La oleada de fanatismo nacionalista y dictaduras en España, Italia y, por supuesto, Alemania, sumieron a Occidente en un estado de miedo hacia las prácticas de tortura física y psicológica por parte del gobierno, así como desconfianza sobre el supuesto progreso que había significado el desarrollo tecnológico, pero que, en su lugar, trajo armas de destrucción masiva y asesinatos sistematizados de orden industrial.

(Dir. René Cardona Jr., 1976)
Los medios de comunicación ya permitían conocer con mayor rapidez lo que ocurría en otras partes del mundo, y tanto los diarios, así como la radio y la televisión, dieron cuenta de las atrocidades ocurridas en Europa. El sentimiento de horror se esparció.
La generación de medio siglo
Para entender el motivo de la oleada de ocultismo y satanismo en el cine de mediados del siglo XX, hay que observar también a la generación de medio siglo en la literatura.
Con semejante escenario nacional y mundial, los intelectuales en México comenzaron a cuestionar las prácticas de la generación de la Revolución (sus padres y abuelos), y buscaron mecanismos, tal vez de manera inconsciente, que les permitieran enfrentar la situación y proponer otras perspectivas desde dónde entender su identidad. Así, con la apropiación de los símbolos nacionales impuestos desde la Independencia, pero asumiendo y proponiendo también una visión feminista, de inclusión de los pueblos indígenas, de apertura a la sexualidad y de crítica hacia lo rígido de la sociedad tradicional, autores como Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Adela Fernández, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, entre otros, abrieron el diálogo y, sobre todo, cuestionaron el pensamiento de la generación anterior.

(Dir. Alberto Isaac, 1987)
Otro elemento fundamental para entender el cambio de pensamiento fue que, a mitad del siglo, en 1953, se promulgó el derecho a la mujer de votar. Y ya para las elecciones de 1955, las mujeres emitieron su voto por primera vez en nuestro país. Este acontecimiento fue fruto del discurso que se llevaba a cabo en el ámbito intelectual, pero también en las distintas disciplinas artísticas del país; dio pie al empoderamiento femenino y a la incursión de la mujer en el ámbito laboral, económico, cultural, etcétera.
1968, el año negro
Este año fue un punto álgido del paternalismo, nacionalismo y autoritarismo en México, así como un parteaguas para la sublevación y la rebeldía social. Por una parte, se llevaron a cabo los Juegos Olímpicos en nuestro país, con todo lo que implica tener los ojos del mundo puestos en nuestras prácticas y nuestra cultura. Una oportunidad para mostrar una sociedad progresista, de derechos, libertad, cultura y deporte. Sin embargo, el gobierno decidió aprovecharse de este evento para pretender distraer a la sociedad de las fuertes tensiones y el sentimiento de inconformidad que se vivía. Como es bien sabido, la historia quedó manchada de sangre cuando el presidente de aquel entonces, Gustavo Díaz Ordaz, ordenó la masacre de cientos de estudiantes que se manifestaban en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, a manos del Ejército Mexicano y el Batallón Olimpia.

Y es aquí cuando entra uno de los directores angulares para adentrarnos en la oleada de satanismo y ocultismo del cine de terror mexicano. Se trata de Servando González, con su película El escapulario (1968). El filme está ambientado en la Revolución Mexicana y trata la historia de un escapulario que ha pasado de mano en mano por los hijos de una mujer que ahora se encuentra en su lecho de muerte. Cuando el artefacto está en posesión de una persona, lo protege de morir. Pero si por un intercambio, robo o sucesión deja de estar en posesión de la persona, ésta muere de manera trágica. La película juega con el misterio sobrenatural y, sobre todo, trata el tema del autoritarismo militar en la época de la Revolución, así como del significado de sublevarse ante las leyes del ser humano y las divinas. Spoiler alert. Si no quieres descubrir el final de la película, continúa con el siguiente párrafo. En el filme, un sacerdote viene a confesar a una mujer moribunda, pero termina por descubrir que ella es en realidad su madre, quien quería hacerle entrega del escapulario.

(Dir. Servando González, 1968)
En una siguiente visita, se le revela al sacerdote que, en realidad, aquella mujer con la que había tenido contacto era más bien el espectro de su madre, quien ya llevaba años muerta. Por supuesto, este suceso va en contra de las leyes divinas, pues en el catolicismo un artefacto no podría obrar sobre la vida de las personas ni estar por encima de las leyes de Dios, menos aún a expensas de los intereses mezquinos del ser humano.
Un diálogo fundamental del filme para comprender el sentimiento de la sociedad frente al paternalismo y la opresión del gobierno es la del soldado ante el capitán, al inicio de la película, cuando el capitán quiere dar el tiro de gracia al prisionero, un acto cobarde y de abuso de poder. Frente al intento del capitán, el soldado menciona: “La ley militar dice que un soldado debe obedecer a sus superiores, y yo siempre lo he obedecido en todo. […] Si usted le mete otro tiro, yo lo mato, mi capitán. Si usted se insubordina contra la ley militar, yo me insubordino contra la ley de usted”. Con este diálogo, podemos entender un poco mejor el sentimiento de ambas épocas, tanto la de la Revolución, como la de 1968 y el movimiento estudiantil. Y podemos deducir que tratar el tema de la insubordinación era urgente para aquella época, no una cuestión fortuita.
Pero hay una situación mucho más perturbadora que la ficción. El director de El escapulario, Servando González, también filmó, por orden del gobierno, la matanza de estudiantes en Tlatelolco antes mencionada, utilizando cámaras de alta tecnología para la época, mismas que se emplearon para filmar las Olimpiadas unos días después. En aquel entonces, Luis Echeverría fungía como Secretario de Gobernación y tenía la costumbre de filmar acontecimientos sobresalientes con cámaras de cine. El material revelado de dicha filmación fue resguardado por el gobierno y, posteriormente, en 1976, almacenado en las bóvedas de la Cineteca Nacional. En 1982, el incendio que acabó con la entonces sede de la Cineteca también destruyó material fílmico invaluable para la historia cultural de México y, con él, los rollos grabados por Servando González el 2 de octubre. Para más información al respecto, te invitamos a ver el documental Los rollos perdidos (Dir. Gibrán Bazán, 2012).

Para culminar con este año de oscuridad en la historia de México y comprender mejor el inicio de la oleada de satanismo y ocultismo en el cine, hace falta mencionar la demolición de La Castañeda, el manicomio inaugurado en 1910 que buscó ser un símbolo del positivismo que regía los ideales del gobierno de Porfirio Díaz, pero que terminó siendo un palacio de la tortura y un monumento al intento fallido por atender, supuestamente desde la ciencia, a personas con padecimientos mentales. En su lugar, fue una cárcel donde se solapaban crímenes, vejaciones a los derechos humanos y arrestos ilegales bajo acusaciones ridículas como la homosexualidad o la “histeria”. Tras el fracaso del centro y la restructuración del sistema de cuidados mentales del país, La Castañeda fue demolido justamente en 1968 para dar pie a la construcción de la unidad Lomas de Plateros. Un intento cobarde del gobierno por erradicar de la memoria colectiva actos deplorables. Demolieron un edificio, usaron los Juegos Olímpicos como cortina de humo, incendiaron la Cineteca para destruir evidencia. Pero con todo ello, sólo avivaron la conciencia colectiva.

Veneno para las hadas y El libro de piedra. Las infancias en el cine de terror
Con este sentimiento de vacío y repudio, en 1969 continúa la oleada de cine de terror mexicano con la película El libro de piedra, dirigida por Carlos Enrique Taboada, conocido como el “Duque del terror”, quien dirigió las películas más reconocidas del género en nuestro país: Veneno para las hadas (1986), Hasta el viento tiene miedo (1968), Más negro que la noche (1975), entre muchas otras, y escribió también una gran cantidad de series de televisión y películas, como El espejo de la bruja (Chano Urueta, 1962), junto con Alfredo Ruanova.

(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1985)
En El libro de piedra (1969), el millonario Eugenio Ruvalcaba se muda a una casona con su hija Silvia y su nueva esposa, Mariana. Contrata a una institutriz para la educación de Silvia, quien dice jugar con un amigo imaginario: Hugo. Su padre atribuye esta imaginación a una estatua de piedra de un niño que sostiene un libro, situada en los jardines de la mansión. Mientras Eugenio piensa que se trata de un trastorno emocional, la institutriz insiste en que es normal para una niña de su edad. No obstante, comienzan a suceder hechos espeluznantes: los objetos desaparecen, hay sombras que se asoman por las ventanas, se escuchan voces escalofriantes y Silvia comienza a dar muestra de poderes como la clarividencia. Un día, una de las empleadas descubre a la niña dibujando signos de sal, con los que logra resucitar un lagarto. Cuando su padre consulta con un experto el significado de los signos, descubre que eran utilizados en magia negra medieval. La propia Silvia le cuenta a su institutriz que Hugo es hijo de un poderoso mago, quien le encargó el resguardo del libro de magia negra con el que es capaz de resucitar a los muertos, y lo dejó a su cuidado hasta que el propio mago resucitara. En esta ocasión, no revelaremos el final de la historia, por si no has tenido oportunidad de ver la película, que está disponible en plataformas o YouTube. Con esta breve sinopsis basta para recabar los elementos fundamentales para esta reflexión: la magia negra y la participación de una niña como personaje principal de la historia.
Por una parte, el hecho de hacer interactuar a una infante con prácticas oscuras como la magia negra se trata de un recurso narrativo que potencia muy bien el sentimiento de lo sublime (de acuerdo con Kant y Burke): un ser inocente y puro frente a un poder demoniaco. Se trata de la máxima corrupción. Asimismo, el hecho de que una niña sea la criatura corrupta también nos revela el sentimiento nacional de la nostalgia frente a una inocencia perdida ante siglos de muerte. Una joven nación que vive un autoritarismo extremo y una represión insoportable. Por tanto, se aleja del antiguo régimen y se acerca al tipo de experiencia que le permite poder y libertad: el ocultismo y el satanismo.

(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1985)
El sentimiento de añoranza por una infancia perdida y un México de desarrollo y progreso que no volverá jamás también lo podemos ver en la obra de José Emilio Pacheco, quien publicó El principio del placer, en 1972, y Las batallas en el desierto, en 1981. Para comprender el sentimiento de nostalgia desde la perspectiva de niños que descubren la vida, la muerte, la sexualidad y el cambio, recomendamos particularmente su cuento “La niña de Mixcoac”, en el que, además, la participación de La Castañeda y la zona de Lomas de Plateros tienen una participación fundamental.
Sobre las infancias que representan la pérdida de la inocencia en el México postrevolucionario y que juegan con el satanismo, también debemos mencionar Veneno para las hadas (1986), escrita y dirigida por el propio Carlos Enrique Taboada. En este filme ambientado en los cuarenta, vemos a Verónica, una niña huérfana que vive junto con su abuela y su niñera, quien le cuenta historias de brujas. Verónica, más allá de asustarse, se considera a sí misma una bruja, y esto le da confianza frente a las burlas de las demás niñas de su escuela católica. Un día, llega una nueva alumna: Flavia, quien proviene de una familia acomodada y de padres amorosos que la han educado como atea. En este punto, podemos ver la analogía de la desigualdad en México, además del rechazo al catolicismo que ha causado opresión y superstición, frente a un nuevo pensamiento liberal y una naciente clase social que surgía asimismo con la llegada de empresas extranjeras como Coca-Cola, un ambiente muy bien representado en la obra de Pacheco mencionada anteriormente. Verónica, celosa de la vida de Flavia, la intenta convencer de que es una bruja, y que con magia negra puede hacer lo que quiera. Es importante aquí mencionar justamente el papel que la bruja como personaje ha recobrado en los últimos años como un símbolo de poder y libertad para la mujer.

(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1985)
La manipulación psicológica de Verónica hacia Flavia va en aumento hasta un grado demencial. La muerte de la profesora de piano convence a Flavia de los poderes de Verónica, y la niña termina por obedecer ciegamente a las peticiones de la otra. Verónica obliga a Flavia a que la inviten a las próximas vacaciones familiares, mientras continúan en ascenso las peticiones sádicas, al punto de pedirle a Flavia que entregue a su pequeño perro en sacrificio; en caso de no obedecer, las brujas le sacarían los ojos. Spoiler alert. Si no quieres descubrir el final de la película, continúa con el siguiente párrafo. Ante el constante acoso y violencia psicológica que vive Flavia, la niña termina por quemar a Verónica, así como quemaban a las brujas en la Edad Media, y la película culmina con la sonrisa aliviada de Flavia frente a las llamas y los gritos de Verónica.

(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1969)
El papel de las infancias durante las décadas de 1960 a 1980 fue fundamental para que la sociedad recuperara un poco de inocencia frente a los hechos atroces y las décadas de muerte bajo las que habían vivido las generaciones anteriores. No es gratuito que tanto en la literatura de José Emilio Pacheco como en la televisión mexicana, hubiera personajes infantilizados como el Chavo del 8, Chabelo, Cepillín, la Güereja, Quico, la Chilindrina, etcétera. Asimismo, la participación de infancias en las películas de terror mexicanas que hemos comentado, funge de la misma manera como un enfrentamiento de lo más contrastante al hacerlas interactuar con magia negra y satanismo, pero que era la representación más genuina del sentimiento que había tenido la población ante la brutalidad impuesta tanto por el gobierno, como por la religión y por las propias familias de esa generación.
Alucarda y La sexorcista
Terminaremos este artículo con las dos películas mexicanas que abordaron el satanismo de la manera más explícita y se convirtieron en obras de culto que han retomado relevancia en los últimos años justamente por la apertura sexual, ideológica y feminista del discurso social actual: Satánico Pandemonium (La sexorcista) (Dir. Gilberto Martínez Solares, 1975) y Alucarda, la hija de las tinieblas (Dir. Juan López Moctezuma, 1978).

(Dir. Juan López Moctezuma, 1977)
La primera nos narra los hechos acontecidos en un convento del siglo XVIII, donde una de las monjas es poseída por el demonio y comienza a desatar el caos en el convento, hasta terminar en una orgía que es clara referencia a Dioniso, dios griego de la fertilidad y el vino. Los placeres carnales llegan a un punto explícito, exacerbado; el punto máximo del sentimiento de libertad que ansiaba la sociedad y que, a través del arte, daba pie a toda posibilidad. La desnudez, el placer sexual, el lesbianismo y prácticas como el sadomasoquismo ahora se mostraban en pantalla como una posibilidad abierta que brindaba, en este caso, el satanismo; una confrontación directa ante los ideales anteriores del catolicismo y las buenas prácticas, que no trajeron más que autoritarismo y represión.

(Dir. Gilberto Martínez Solares, 1975)
Satánico Pandemonium estuvo muy inspirada por la novela Justine, del Marqués de Sade, además de la película The Devils (1971), de Ken Russell. No podemos dejar de mencionar que un año antes, en 1974, se estrenó El exorcista, por lo que el subtítulo La sexorcista le dio el toque cómico mexicano y también influyó para aprovechar el éxito del filme estadounidense. Sobra decir que, a pesar del subtítulo jocoso, no se trata de una película de comedia ni de índole únicamente sexual, sino que se trata de una película de terror que aborda la perversión, la culpa, la muerte, la tortura, el sadismo y el libertinaje. El filme tuvo buena aceptación tanto en México como en Estados Unidos, Japón y Europa. como es bien sabido, actualmente se considera una película de culto para los amantes del terror.

(Dir. Gilberto Martínez Solares, 1975)
Satánico Pandemonium fue una fuerte influencia para Alucarda, dirigida por Juan López Moctezuma y estrenada en 1978, otra de las películas indispensables que aborda el satanismo de manera directa y que, así como mencionó Jorge Espinosa en nuestra colaboración con la revista Filth: “Alucarda: marxismo y vampirismo”,
López Moctezuma presenta la imposibilidad de la relación lésbica entre las dos protagonistas de su película, Justine y Alucarda. Ambas jóvenes habitan un convento de monjas que bien podría ubicarse dentro del imaginario fantástico de Remedios Varo. El fervor y atavismo religioso de las monjas –que visten harapos viejos que les cubren desde los tobillos hasta la cabeza, manchados de lo que parecería ser sangre menstrual– impide que Alucarda y la recién llegada Justine puedan vivir libremente su amor. Ante tal imposibilidad, el único escaparate que las protagonistas encuentran para la liberación de su deseo es el satanismo y la invocación.

(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1968)
“El único escaparate que las protagonistas encuentran para la liberación de su deseo es el satanismo y la invocación”… A lo largo de esta breve reflexión, hemos abordado algunos de los acontecimientos históricos que propiciaron toda una ola de satanismo y ocultismo en el cine nacional, la cual fungió como una respuesta urgente ante el sentimiento de opresión, hartazgo e impotencia en las distintas esferas de la sociedad de la época. Más allá de producir filmes provocativos, pervertidos o morbosos, a través del terror la sociedad experimentó una reacción a casi cuatro siglos de represión y autoritarismo. No fue una expresión planeada y consciente, sino una explosión, un mecanismo de defensa ante el intento insoportable e insensato de contener las pasiones humanas bajo ideologías políticas o religiosas.

(Dir. Guillermo del Toro, 2001)
Para finalizar, te compartimos una breve lista en orden cronológico de filmes mexicanos, además de los que hemos mencionado, que hacen alusión al ocultismo o el satanismo como parte de su trama:
El barón del terror
(Dir. Chano Urueta, 1962)
El escapulario
(Dir. Servando González, 1968)
El libro de piedra
(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1969)
Santo contra la magia negra
(Dir. Alfredo B. Crevenna, 1972)
La mansión de la locura
(Dir. Juan López Moctezuma, 1973)
Satánico Pandemónium (La Sexorcista)
(Dir. Gilberto Martínez Solares, 1975)
Más negro que la noche
(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1975)
La hora de los niños
(Dir. Arturo Ripstein, 1976)
Alucarda
(Dir. Juan López Moctezuma, 1977)
La tía Alejandra
(Dir. Arturo Ripstein, 1979)
El maleficio
(Telenovela, Dir. Raúl Araiza, 1983)
Veneno para las hadas
(Dir. Carlos Enrique Taboada, 1985)















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