Fantasmas en la Nueva España
Hacia una breve arqueología del temor
Relatos de ánimas y fantasmas
…sintió cómo se desprendió del cuerpo y fue con su misma figura rumbo a un río muy grande con aguas revueltas y terrosas. Ahí estaba el perro que había corrido de su casa muchas veces, flaco y hambriento. […] Perro —le dijo— mi cuerpo se enfría, llévame al otro lado porque soy muerta.
El perro la miró despectivamente y le dijo: […] No te puedo llevar, fuiste mala conmigo, te quedas aquí a vagar por tu barrio, a caminar por las chinampas, alma en pena serás.
Jesús Ángel Ochoa Zazueta, Muerte y muertos.1
“Ruidos temerosos”, “estruendos tristes de cadenas”, “muy lamentables gemidos”, “congojados sollozos”, “suspiros desconsolados”, “voces dolientes del Purgatorio” son, en su mayoría, las descripciones de “muy atormentadas” mentes novohispanas. Seguramente porque esto era lo más común de la tradición en innumerables historias que corrían cotidianamente entre la gente, debido a la facilidad del oído para fantasear en los momentos de obscuridad en que los ojos nada podían hacer para despejar sus dudas.
En México, los trabajos académicos sobre apariciones fantasmales son casi inexistentes (o al menos no se realizan como un objeto de estudio en sí). Para este propósito, y en miras de una arqueología del saber, siempre ha sido valioso recurrir a las fuentes primarias (crónicas, epístolas) o a estudios sobre la Nueva España2, donde el fenómeno se analiza a partir de ángulos culturales; por ejemplo, desde la cotidianeidad del fraile, la monja o de las familias seglares. Lo cierto es que las historias sobre fantasmas3, espíritus4, almas en pena5 narradas por personas que vivieron durante el periodo de la Nueva España (del siglo XVI a principios del XIX) son múltiples, más de lo que uno pueda imaginar; trascienden a la multicitada “Llorona”. En general, las historias vinculadas a la alteridad de la noche, como aquellas que se presentarán en posteriores líneas, observan un vocabulario pleno de valores referidos al pathos del terror, que incluye los temblores, el escalofrío, los sustos, los sudores, la angustia y la dificultad de la respiración.

Para aquellas personas interesadas en el tema, valdría la pena interrogarse lo siguiente: ¿a partir de qué tradiciones eran explicadas las creencias de fantasmas y aparecidos dentro del cristianismo novohispano? ¿Cuáles eran las razones para presentar relatos de aparecidos en textos novohispanos? ¿Quiénes eran los “aparecidos”?
En un principio, se puede afirmar que no existe tradición aislada, sino sutiles reelaboraciones culturales a través de contactos humanos largamente sostenidos en el tiempo. Por lo anterior, la principal razón para remontarse a las tradiciones grecorromanas es porque constituyen las fuentes directas de los temores hacia los espíritus de los muertos dentro del cristianismo en Occidente. Así, puede afirmarse que en el imaginario religioso novohispano las historias se sostienen a partir de esos periodos antiguos, pero también de la contrarreforma y, particularmente, después de la difusión de las ordenaciones surgidas del Concilio de Trento (1545 y 1563).
Fue en el Concilio donde, entre otros puntos, se insistió en la creencia en el Purgatorio. Las decisiones eran tajantes: Habiendo la Iglesia católica instruida por el Espíritu Santo […] que hay purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el aceptable sacrificio del altar, manda el santo Concilio á los obispos cuiden con suma diligencia que la sana doctrina acerca del purgatorio, transmitida por los santos Padres, y los sagrados Concilios, se enseñe, crea y conserve por los fieles cristianos, y se divulgue en todas partes6.

De esta forma, la mecánica de la devoción a las ánimas era simple: al rezar por algún alma que estuviera en el purgatorio, se le liberaba y dejaba en posibilidad de ir al cielo. Una vez ahí, como muestra de agradecimiento, era ella la que rezaba por el bienestar de los humanos, especialmente de quienes hubieran intercedido por su descanso. Desde luego, en un nivel popular la cosa no quedaba ahí, sino que, si los deudos no realizaban los actos necesarios para auxiliar a sus muertos, entonces aquellas almas torturadas podían incluso aparecer ante quien juzgaran necesario, hostigándolos, para instarlos a cumplir con su deber.
La gente aceptaba de buena gana que las ánimas del purgatorio se levantaban de los cementerios para buscar a sus parientes cuando tenían necesidad de misas o algunos favores de los vivos, y sobre esto conversaba el novohispano cotidianamente en cualquier momento del día como, por ejemplo, la hora de la comida, sin necesidad de un horario o una ambientación particulares para ello.
No obstante, algunas apariciones de españoles en documentos de las primeras épocas de la conquista y colonización no son precisamente purgatoriales, sino casos de castigo infernal debidos, en parte, a las situaciones extremas que enfrentaban en aquellos tiempos, y como ejemplo de ello se menciona el caso narrado por el franciscano Motolinía en sus Memoriales acerca de las ánimas que se manifestaban en unos llanos de Perú como resultado de una batalla entre españoles por el dominio político y la explotación económica de aquellas tierras:
Bien señalado quedó el campo de la sangre que allí se derramó, y de lo que después sucedió muestra el grande espanto de las crueles muertes. Porque como esta batalla se dio en unos campos rasos, donde no hay árboles ni montes, fueron vistas lumbres algunas noches y muy temerosas y espantosas voces como de gente trabada en batalla, que decían ‘!Mueran, mueran, mátalos, mátalos, a ellos, a ellos, préndelo, llévale, no le dejes vida!’, etcétera; y [que] esto sea verdad muchos españoles que del Perú han venido a esta Nueva España lo han certificado y también ha venido por testimonio, que quedó aquel lugar donde fue la batalla tan temeroso, que aun de día no osaban pasar por allí; y los que de necesidad han de pasar parece que van como espantados y que los cabellos se les respeluznan7.

Esta historia narrada por Fray Toribio parece aludir a la batalla del llano de Chupas, cerca de Huamanga, ocurrida el día 16 de septiembre de 1542, donde se enfrentaron por el gobierno del Perú las tropas realistas comandadas por el visitador Cristóbal Valle de Castro contra los rebeldes que seguían a Diego de Almagro, el Mozo, tras el asesinato del gobernador Francisco Pizarro y que dio como resultado una matanza entre españoles y cuya noticia escandalizó a toda España.
Otro franciscano, Gerónimo de Mendieta (quizás uno de los mejores cronistas de lo paranormal novohispano), narra diversas historias que sucedían en diferentes ciudades. La primera que se cuenta asemeja un acto de violencia post mortem. La narración dice así:
En México un español fue a matar a otro, y aconteció (como las más veces acaece) que el agresor fue muerto y enterráronle en el convento de S[an] Francisco. Y al tiempo que echaron el cuerpo en la sepultura, dio un gran grito espantable, de que los frailes quedaron atemorizados, y encomendaron al Señor el ánima de aquel defuncto8.
La historia cuenta, además, que una noche (pasada la hora de maitines, la oración de medianoche) un fraile confesó que llamaron a golpes en la ventana, sospechando que el difunto fue a visitarlo. Los frailes al día siguiente realizaron misas, encomendando por el alma de aquel agresor que no podía descansar y que estaba siendo condenado en el Infierno o Purgatorio. En esta lógica de la condenación, un factor más que debe considerarse para la hipótesis infernal es el del grito (como se mostró en la historia antes citada), pues en la Edad Media era muy común que los cadáveres condenados emitían gritos y hasta discursos de protesta al ser enterrados en un cementerio, pues saben muy bien que no lo merecían.

Otra historia registrada por Mendieta narra la visión que tuvo una mujer española en la villa de Toluca. Un día, al amanecer, se presentó “un hombre colgado” dentro de su habitación, vestido con hábito. Atribulada por la aparición, la mujer acudió con su confesor para recibir consejo y éste le sugirió conjurarlo si creía tener el valor para ello. Orientada de esta forma, la pobre mujer presenció tres veces más aquella horrenda visión, pero el miedo era mayor. Un día, en presencia de más testigos, conjuró y preguntó sobre la razón de su aparición:
El hombre le dijo quién era, y cómo hacía cuatro años que había muerto en aquel mesmo aposento, y que todo aquel tiempo había que estaba en purgatorio, porque había levantado un falso testimonio a una doncella que quería casar un sacerdote honrado, llamado Antonio Fraile, por lo cual la doncella no se casó. Y que se había confesado de aquel pecado y tenido de él contrición; mas por cuanto no le había restituido la honra, penaba todavía en purgatorio. Y que para muestra de la verdad que decía, que le preguntasen al Antonio Fraile si esto era así […] mandase decir algunas misas, porque luego saldría de purgatorio, y así se las dijeron, y nunca más pareció9.
Por el contexto de lo que ocurre dentro del relato, damos cuenta de que Mendieta está hablando del ánima de un suicida y que la situación planteada resulta así problemática, pues desde siglos atrás la Iglesia clasificaba la violencia contra sí mismo como un pecado mortal, que se castigaba con las penas infernales y no como un pecado que pudiera terminar de satisfacerse en el purgatorio.

La última historia de Mendieta tuvo lugar el 7 de mayo de 1595. Todo inicia cuando alguien llamó por la noche a la puerta de un joven (seglar). Sorprendido en su cama, antes de abrir preguntó la identidad de quien llamaba, y el visitante contestó que le dejara entrar para que él mismo lo viera. Evidentemente, el joven precavido y asustado no quiso hacerlo y al día siguiente asistió al Convento de San Francisco para consultar tal acontecimiento a los frailes. Al parecer, la seguridad del joven convenció a los frailes y le aconsejaron que, si llegara a repetirse el fenómeno, abriera la puerta al visitante. Y así fue:
Otro día a prima noche tornó a tocar a la puerta del aposento al tiempo que quería dormir, y le estremecieron la cama, y él despertó y se encomendó a Dios, y luego lo llamaron por su proprio [sic] nombre, diciendo: “Abrid, Pedro Martínez”. Él se levantó de la cama y se fue hacia la puerta, y le preguntó quien era. Él dijo que le abriese, que entonces le diría quien era. Preguntole si era de este mundo o del otro […] Y para certificarse si era del otro mundo, díjole: “Dad tres golpes encima de este aposento”, lo cual él hizo luego, y los dio, y en un punto se volvió a poner a la puerta, donde antes estaba. Entonces se esforzó el Pedro Martínez y abrió la puerta, y vio entrar un bulto que le dijo: “Dios se lo pague, por haberme abierto la puerta, y por haberme aguardado”. Y dijo más: “Acostaos en vuestra cama”, y él se acostó, y el bulto se asentó a los pies de ella, y le pareció al Martínez que el bulto estaba hecho un yelo. Díjole luego su nombre y mandole que en el altar del Perdón (que está en la iglesia mayor de México) le dijesen treinta misas10.
… tiempo después se supo que aquella visita incómoda era el “ánima del padre”.

Fray Agustín de la Madre de Dios, Primer historiador de la Provincia de los Carmelitas en México, narra en su obra Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano un caso ocurrido en Puebla en 1627. Una mujer, devota de los carmelos, estando una noche en su casa oyó una voz que le llamó tres veces por su nombre desde una sala. Al tercer llamado acudió con una vela y al no ver a nadie procedió a preguntar quién llamaba. Entonces una voz sin cuerpo le respondió:
Yo soy fulana (nombrando a una amiga suya ya difunta) que ha diez años que estoy en el purgatorio por no haber mis herederos ni albaceas acudídome con sufragios y Dios me ha dado licencia para que venga a pedirte me encomiendes a su majestad; hazlo así porque es mucho lo que padezco11.
Por supuesto, la buena mujer hizo lo que la voz le pedía y otra noche oyó la misma voz que le daba las gracias y le rogaba que lo continuara haciendo. Hasta aquí, la aparición y su solicitud no se salen en absoluto de lo típico de estas historias, que suelen terminar con la obtención de favores muy concretos y, eventualmente, con una última visita del espectro ya sea para agradecer el favor recibido, despedirse o hacer alguna recomendación final. Sin embargo, para que no fuera juzgada como mentirosa, pidió a la muerta una prueba tangible de su existencia:
…vio esta piadosa mujer una noche, cuando ya estaba recogida, que quitaban un candelero que con su vela encendida tenía encima de una cajita de costura encima del estrado sin ver quién lo hacía ni menos que nadie abriese la cajita que ella tenía cerrada, y estando mirando aquesto vio que de dicha cajuela salía un plumar de humo espeso que causaba mal olor y no se atrevió a abrirla por ser algo medrosa. A la mañana la abrió y vio estampada en la tapa una mano de mujer, por la parte que caía hacia adentro, y estaba tan señalada y honda como si con una mano de hierro ardiendo la hubieran esculpido; y luego entendió que era aquella la señal que el alma la había prometido dar para que la creyesen.
Así pues, la manera en la que el espíritu de su difunta amiga se presentaba ante ella es particularmente rica, pues nos deja ver muchas de las manifestaciones de las ánimas del purgatorio de la historia: como presencia auditiva, como un ser invisible que mueve objetos físicos (poltergeist), como una figura humana viva y reconocible, y por su asociación con las llamas del purgatorio que afectaban los objetos circundantes.
Por otro lado, no todos los seres espirituales que aparecen bajo aspecto de religiosos vivos son frailes o monjes en pena. Un ejemplo novohispano es el relato de unos franciscanos que, según Fray Antonio Tello, asistieron en una de las actuales Islas Marías, en un viaje que realizaban en las cercanías del puerto de Chacala, en Nayarit.
Sábese que un fulano Acle, flamenco de nación, natural de Gante, llegó derrotado con otros compañeros, en un batel a una isla que hace el mar cerca del puerto de Chacala, y llegando a tierra y entrando por la isla, divisaron un convento de frailes de N[uestro]. P[adre]. San Francisco, donde los hospedaron y dieron de comer los religiosos, y saliendo de allí para el Valle de Banderas, contaron lo que les había sucedido, y habiendo vuelto dentro de breves días en el mismo batel, no hallaron tal convento, ni señal que lo hubiese habido12.
Aquí se observa que el mar, como zona límite entre las realidades de diversos ámbitos terrestres, y como espacio de encuentros extraordinarios largamente explotado por la imaginación popular, no podía quedarse al margen de las apariciones de ultratumba.
Finalmente, la vida conventual femenina es poseedora de una larga lista de historias fantasmagóricas. A pesar de todas las limitaciones sociales impuestas a las mujeres dentro del catolicismo, se consideraba que estas tenían un don especial para la vida religiosa debido a la naturaleza “apacible y amorosa que se les atribuía”. Contradictoriamente, algunas características que más acercaban a las mujeres a lo religioso, las alejaban muchas veces de la ortodoxia debido a la facilidad con que, por ignorancia, pero también por mala fe, algunas de ellas (dentro y fuera de los conventos) caían en el error, el engaño y la simulación en su búsqueda de un prestigio social o de un beneficio económico que, de otra manera, difícilmente podían conseguir. Así se narra en otro ensayo publicado en Revista Coágula “Las Santitas de la Nueva España. Un caso de falsas místicas” en el que se expone el caso de las hermanas Romero, seglares, y que llegaron a engañar a media ciudad con sus falsos arrebatos y posesiones demoniacas13.

Un caso emblemático fue el de la beata Catarina de San Juan (1605-1688), esclava hindú radicada en Puebla. Según su biógrafo Alonso Ramos, Catarina decía haber realizado visitas al Purgatorio donde veía a las ánimas, y aquí lo ilustrativo: abrasadas en ríos de fuego; rostizadas en parrillas; freídas en sartenes; sumergidas en calderas rebosantes de azufre, alquitrán o plomo fundido; despedazadas y devoradas por culebras y monstruos; aplastadas con mazos sobre un yunque; apaleadas con varas de hierro14. Bien es conocido que las fuentes de donde estas mujeres obtenían información para sus fingimientos eran en buena medida de tradición oral, ya fuera a través de sermones durante la celebración de la misa en la iglesia o por medio de conversaciones, incluso con fuertes relaciones intertextuales con el arte eclesiástico y la literatura religiosa de la época.
Una historia fantasmagórica conventual es narrada por Carlos de Sigüenza y Góngora15. La Madre Inés de la Cruz (1570-1633), del Convento de San José de Carmelitas descalzas de la Ciudad de México, conocido hoy día como Santa Teresa la Antigua, narra la aparición en el convento de una monja carmelita:
A los tres días de su muerte, estando en nuestra celda encomendándola a Dios, quedeme un poco suspensa y vídela entrar por la puerta, blanca como la nieve y resplandeciente; traía una muy rica corona en la cabeza y, en medio de la corona, una imagen de Nuestra Señora de talla de poco más de una tercia, toda ella muy alegre y linda, y llegándose a mí me agradeció lo que la había encomendado a Dios y entendí se iba a gozarle.

Por lo que se interpreta en este texto, Inés conocía de antemano la noticia del deceso de su hermana y por ello se encontraba rezando por el descanso de su alma cuando algo la detuvo, una especie de presentimiento que la dejó perpleja. En este relato no hay algo que aterrorice, pues la blancura de su alma no tenía que ver con la palidez del cadáver, sino una señal de salvación divina, coronada por la espiritualidad de su alma.
Múltiples son las historias sobre monjas aparecidas en conventos. Muchos de estos relatos son indicativos de las culpas, pecados y errores que en vida las religiosas cometieron y que, por tanto, eran acreedoras de penas purgatoriales. Así tenemos los casos de monjas que, después de años de difuntas, eran incapaces de descansar en paz debido a su gusto por “parecer bien”, como es el caso de una que penaba en el Real Convento de Jesús María (ubicado en el Centro de la Ciudad de México), por haber introducido la moda de usar pulseras de azabache “para hermosearse las manos”. Su pecado no consistió en usar las pulseras, sino en haber impuesto moda en el convento16.
Aunque la mayor parte del tiempo las ánimas en pena se presentaban sobre la tierra con la apariencia que habían tenido en vida, también era relativamente común que el pecado cometido se reflejara de alguna manera en ella, como es el caso de una monja difunta que se aparecía vestida de andrajos como contraste a las galas que gastaba en vida; o bien, otra que andaba con la nariz negra por haber gustado desmedidamente de “los buenos olores”17. Sigüenza y Góngora narra, por ejemplo, que en el Convento de Jesús María, llegaron a manifestarse algunas monjas difuntas en los maitines a medianoche, contrastando lo que en vida su pereza no les había permitido hacer18.

Terminamos por ahora. Como habrá podido percatarse el lector a lo largo de estas historias, es que las apariciones fantasmales y las ánimas del purgatorio en los textos novohispanos son explicaciones de la cotidianeidad de una sociedad que oscilaba entre la superstición y la religiosidad, pero también de mundos imaginarios que hoy por hoy subsisten. Frailes, monjas y seglares fueron los personajes clave de estas historias. Atormentados por cuanta ánima en pena se les aparecía, lo cierto es que se trata de una muestra más de que el temor a lo desconocido une fronteras de tiempo a pesar del espacio en el que convivimos.

fernando Montoya
Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto, Bilbao, España, y maestro en Filosofía Política por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus escritos han sido publicados en el Instituto de Investigaciones Sociales y en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM; Instituto Matías Romero; en el ITAM; en la Universidad Iberoamericana, en Foreign Affairs, entre otros. Igualmente, en revistas de divulgación como Librerías Gandhi, Tierra Adentro y en Opera Mundi.
- Ochoa Zazueta, Jesús Ángel. Muerte y muertos. México, Editorial SepSetentas, 1974. ↩︎
- Gisela von Wobeser y Enriqueta Vila Vilar (eds.), Muerte y vida en el más allá. España y América, siglos XVI-XVIII. México: Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, 2009; María Concepción Lugo Olín, Una literatura para salvar el alma, México: Instituto Nacional de. Antropología e Historia, Col. Biblioteca del INAH, 2001; Gisela Von Wobeser. Cielo, infierno y purgatorio durante el virreinato de la Nueva España. México: Jus, 2011; Asunción Lavrin y Rosalba Loreto, Diálogos espirituales: manuscritos femeninos hispanoamericanos siglos XVI-XIX, México: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2006; María Concepción Lugo Olín, Relatos de ultratumba. Antología de ejemplos sobre el purgatorio, México: INAH, 2007. ↩︎
- Resulta ser precavidos al usar el término “fantasma”, pues, aunque hoy día dentro del catolicismo, esta palabra se refiera popularmente a las almas desencarnadas en pena, en sus orígenes su significado era diferente. Originariamente, la palabra fantasma se deriva del verbo griego φαίνω (phaíno), aparecer, mostrarse, origen de voces como fenómeno (aspecto que las cosas ofrecen ante nuestros sentidos sin necesariamente ser así). ↩︎
- La palabra “espíritu”, del latín spiritus, que igualmente significa “aliento o soplo”, tenía las mismas connotaciones del alma, pero para la Edad Media era considerada por algunos teólogos la facultad racional de las personas. ↩︎
- Probablemente, el concepto más importante para comprender el fenómeno que nos interesa en la Nueva España es el de alma o ánima. Como tal, el latín ánima (de la raíz indoeuropea an(u)-, respiración) fue originalmente para los romanos la respiración, el principio de vida, el soplo vital (pneuma) invocado por los estoicos, por el cual los seres se encontraban dotados de movimiento propio (animados). ↩︎
- El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, Sesión XXV, “Decreto sobre el purgatorio”. ↩︎
- Fray Toribio de Benavente o Motolinía. Memoriales o libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella. Segunda edición, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 19711a. pte., cap. 58, p. 234. ↩︎
- Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999 t. II, lib. 4, cap. XXVIII, pp. 141 ↩︎
- Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 142. ↩︎
- Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 143. ↩︎
- Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, México, PROBURSA, Universidad Iberoamericana, 1984lib. II, cap. XIII, § 5, p. 121. ↩︎
- Antonio Tello, Crónica miscelánea de la santa provincia de Xalisco, México: Universidad Autónoma de Nuevo León. lib. II, cap. XCVI, pp. 319-320. Para su consulta digital: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080028752/1080028752.html ↩︎
- Para consultar el ensayo, visitar la página: https://revistacoagula.com.mx/2024/07/12/las-santitasde-la-nueva-espana/ ↩︎
- Alonso Ramos, Los prodigios de la Omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catarina de San Juan, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2017, t. 2, lib. III, cap. V, I, p. 554. Para consultar la obra, visitar: https://historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/prodigios_catarina/tomo01.html ↩︎
- Carlos de Sigüenza y Góngora, Parayso Occidental, México, 1684. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/parayso-sic-occidental-plantado-y-cultivado-por-la-liberal-benefica-mano-de-los-muy-catholicos-y-p-0/html/df6aee15-5433-49d2-b803-11325ae65235_444.html ↩︎
- Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 422, p. 278. ↩︎
- Sor Francisca del Santísimo Sacramento en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y escarmiento en los muertos, núm. 192, p. 298, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2014. Para su consulta: https://www.cervantesvirtual.com/obra/obras-tomo-8-luz-a-los-vivos-y-escarmiento-en-los-muertos–y-vida-de-san-henrique-suson/ ↩︎
- 217 Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 423, pp. 278-279. ↩︎





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