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“Las Santitas”
de la Nueva España

Un caso de falsas místicas

Imaginación, religión y poder.


Fernando Montoya

En sus raptos hubo actuaciones, gestos, tullimientos y movimientos corporales exagerados, dignos de un reconocimiento teatral. Alzaban la mirada, inclinaban la cabeza hacia la espalda, colocaban sus brazos en forma de cruz o se arrastraban como víboras en el piso.

Emitían sonidos como criaturas del inframundo, tiraban la comida que se les ofrecía, lloraban y pataleaban, pero, eso sí, pedían tabaco y chocolate.

Una de las piezas que resguarda el Museo Franz Mayer en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y que capta la atención inmediata del visitante, es el biombo que representa la Muy Noble y Leal Ciudad de México, pintada a finales del siglo XVII. En vista de pájaro, podemos observar la urbe novohispana con sus grandes edificios, trazada a partir del diseño que Hernán Cortés encomendó a Alonso García Bravo, conquistador español e ilustre geómetra de la época1, y en cuyo trazo reticular (calles horizontales y verticales) puede contemplarse la Plaza Mayor, rodeada de casas reales, y de la Catedral metropolitana. A lo largo y ancho de la pantalla del biombo puede observarse el mapeo de la extensa edificación eclesiástica: de los setenta edificios indicados, sesenta son iglesias, conventos o colegios, advirtiendo la importancia que el clero tiene sobre la vida cultural, social, económica y espiritual en la población urbana de la capital de la Nueva España.

“Biombo de la Conquista (Vista de la Ciudad de México)”. Autor desconocido. Fines del siglo XVII – principios del XVIII. Nueva España. Actualmente en el Museo Franz Mayer, Ciudad de México.

El retrato citadino que refleja este óleo muestra una sociedad en la que las personas vivían, con el auxilio del clero, en orden y con fe, a la par de una constante redefinición y de reconocimiento a sus identidades. Sin embargo, también fue una sociedad supersticiosa, con un profundo culto y reverencia a las reliquias y a los símbolos, y habitada por quienes no faltaban en sacarle provecho a dichas circunstancias.

Este ensayo parte de una interpretación libre del estudio minucioso y académico realizado por Antonio Rubial García, uno de los investigadores mexicanos más destacados en el análisis de la Nueva España y que, gracias a él, contamos la historia que a continuación se leerá2. También va dedicado a las académicas y académicos de la historia, cuyas valiosas aportaciones son dignas de difundir a través del ensayo.

Como una lupa, al examinar los microcosmos históricos del periodo novohispano, situamos nuestro relato a principios del siglo XVII: en 1626, Juan Romero Zapata, criollo, barbero de oficio, decide trasladarse de San Pablo hacia Cholula, en Puebla, para intentar acomodarse en algún trabajo que le permitiera obtener mayores ganancias y mantener a una familia que cada vez iba en aumento. Junto con su esposa, Leonor Márquez, la familia Romero se componía de dos gemelas, Josefa y María, Lucas, Nicolasa, Juan, Catalina (posiblemente hija ilegítima de don Juan) y Teresa, nacida en 1631.

“Mulato y española”. Juan Manuel de la Cruz, 1784. Grabado.

En Cholula, las arcas familiares no mejoraron y don Juan tuvo que tomar varias decisiones: primero, enviar a su hija menor, Teresa, a ser criada en Atlixco, en casa de una parienta; y segundo, buscar nuevos horizontes laborales. Para ello, Lucas, el hermano del patriarca, quien vivía en Tepetlaoztoc, Puebla3, lo manda llamar para administrar las haciendas del convento de los dominicos en aquel poblado. Durante ese periodo, y al amparo del maltrato hacia los indios, don Juan se enriqueció. Obtuvo malamente propiedades, cobraba reales a quienes faltaban a la misa dominical4, falsificaba documentos de diversas familias indígenas para sacar provecho. Vaya, toda una fichita ese don Juan. Pero la suerte no le fue favorable: sus abusos cobraron la furia de los locales y en 1646, la familia se vio forzada a huir a la capital, donde residía otro pariente dominico, fray Cristóbal de Pocasangre.

Las hermanas Romero se hicieron famosas en la capital del Virreinato, en un mil seiscientos veintitantos, en el barrio de Santa Catalina, a unas cuadras al norte de la Catedral mexicana. En una casona, las hermanas lograron acomodarse en la sociedad y así escribir su propia historia llena de visiones, arrobos y mentiras5.

Ya desde Tepletaoztoc, las hermanas se habían destacado por sus comunicaciones sobrenaturales. Fue tanta su fama que ellas mismas cambiaron sus apellidos por los de santas que, según ellas, les hablaban. Entre las más reconocidas destacaron Nicolasa de Santo Domingo, cuyos ataques epilépticos ofrecían una actuación más natural, María de la Encarnación y Josefa de San Luis Beltrán. 
Esta fama consistió en la realización de tertulias en las que acudían seguidores, benefactores e incluso confesores. Como “mercaderes espirituales”, las hermanas Romero ofrecían soluciones a problemas cotidianos y aburridos de los asistentes, en cuya intermediación eran las fuerzas celestiales: entraban en rapto, traían almas del purgatorio (no siempre eran solicitados) y pedían soluciones a Cristo, a los Santos y a la Virgen. Así, los vecinos del barrio de Santa Catalina, nombrado así por su cercanía con el convento de Santa Catalina de Siena (ubicada hoy en la calle de República de Argentina, Centro Histórico de la Ciudad de México), comenzaron a decirles “Las Santitas”. Fueron las influencers novohispanas por la gran cantidad de seguidores que tenían. Una suerte de “mística casera”. Desde que vivían en Puebla conocieron las características principales de los raptos, pronunciación de palabras, cambios de voz. Leían tanto a San Agustín (“Suspiros”)6 como a Santa Teresa (“Las Moradas”). Sin embargo, eso no bastaba, pues en sus “raptos” era necesario introducir datos personales de los curiosos asistentes para obtener mayor credibilidad. Los vecinos, sin duda, fueron clave para hilar historias por lo que astutamente obtenían información de las vidas privadas, tener mayores insumos y así ofrecer consejos.

“El retrato civil en la Nueva España”. Anónimo. Óleo, hacia 1734-1736. Actualmente en Ciudad de México, Museo de San Carlos.

Para evadir al Santo Oficio, las hermanas confesaban la posibilidad (nunca se llevó a cabo) de ingresar a clausura monacal, como método para afianzar la credibilidad ante los demás. Incluso, a Teresa se le consiguió dote para ingresar al convento de San Jerónimo, ese lugar que alojara a Sor Juana Inés de la Cruz. Así, esa oferta espiritual les permitía recibir dinero, bienes, ropa, comida y rentas mensuales. La Iglesia, claro está, no veía con malos ojos estas ganancias, pues algunas de ellas se destinaron a limosnas, a misas y a clérigos.
Hablemos de sus raptos. En ellos hubo actuaciones, gestos, tullimientos y movimientos corporales exagerados, dignos de un reconocimiento teatral. Alzaban la mirada, inclinaban la cabeza hacia la espalda (tipo Regan McNeil en El Exorcista), colocaban sus brazos en forma de cruz o se arrastraban como víboras en el piso. Emitían sonidos como criaturas del inframundo, tiraban la comida que se les ofrecía, lloraban y pataleaban, pero, eso sí, pedían tabaco y chocolate.

“Santa Teresa de Jesús” (1630). Detalle. José de Ribera. Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Josefa, por ejemplo, se presentaba con heridas en la frente, como si una corona de espinas se hubiera alojado por mucho tiempo en su cabeza. Teresa, la más pequeña y quien regresaba de Atlixco, no quería quedarse atrás y competía arrojando mucha sangre (seguramente de algún pobre animal). Otro rapto realizado por Josefa consistió en emular un pasaje de Cristo, al mojar una estola de un clérigo presente y lavarles los pies a los presentes, secándolos y besándolos después. Entre los asistentes estaba quien a futuro sería la perdición de la fama de las hermanas: Joseph Bruñón de Vértiz, excombatiente en las guerras españolas, crush de Josefa y quien no tardó en hacerse un cliente frecuente.

El impacto de las visiones de “Las Santitas” llegó a afectar a personas satelitales en sus vidas. Jerónima, indígena que servía a la familia Romero, fingió un día un rapto rezando el pater noster, con ojos abiertos y en blanco, cambiando la voz y entonando coplas en náhuatl, dando a entender que veía a Cristo y a Santo Domingo. Evidentemente, esto ocasionó una reprimenda por las hermanas, diciendo que eso era una mentira, por lo que terminó despedida.

De todas, Josefa, como se mencionó, era la más imaginativa, por decir lo menos. Seguramente, sus ideas las extraía de pinturas que observaba en las tantas iglesias de Puebla y de la Ciudad de México. En sus visiones hablaba de las metáforas religiosas más complejas de descifrar: pilas de plata, columnas de cristal, jardines, leones, águilas coronadas, ciudades y demás escenas bíblicas. Era, además, una “meta viajera”, pues confesaba que podía viajar a Roma, Madrid, Jordán y Japón. Imitaba voces de Cristo, la Virgen, santos y de almas en pena. Vaya, era una multifacética actriz. A menudo, las moralejas señaladas en las tertulias tenían que ver con ofensas que los pecadores cometían contra Dios, la irreverencia en las iglesias, la débil fe y la moral ambigua. Al final, cuando los confesores les prohibieron tener visiones (por considerarlas no aptas para laicas como ellas), las hermanas entraban en rapto y hablaban de los padecimientos de Santa Catalina de Siena y de Santa Teresa, causados por confesores que no las comprendían. 
De hecho, hubo un conflicto que traspasó el chisme y afectó a diversas personas. Sucedió cuando Josefa había convencido a uno de sus protectores a aplicar a su favor, y a través de las almas del purgatorio, ciertos fondos que una monja de Santa Clara había solicitado para las obras de su convento, y que fue dañado por un temblor (posiblemente ocurrido en 1611)7. Al enterarse, la monja reprendió a Josefa y le solicitó que, en lugar de vestir de lujo, se vistiera con un sayal e ingresara como monja dominica. Vaya, que no usara fondos que no le correspondían.

 “Tarasca con columpio” (1710). Gaspar Romaní. Madrid.

El purgatorio fue uno de los espacios más socorridos por la cultura visionaria femenina8. Las hermanas, sin excepción, contaban a los vecinos sobre las almas de sus parientes, que se lamentaban en las sombras. Este recurso utilizado por ellas claramente afectaba a los presentes, pues narraban hechos que los pobres espíritus sufrían en vida. Por supuesto, a los confesores no les gustaba esto, y nuevamente solicitaron prohibir ese tipo de visiones por considerarlas poco ortodoxas. Incluso Josefa, con voz de Cristo, respondió que hacía mal en prohibirles tenerlas, pues era el mismo Dios quien enviaba esas almas a pedir sufragios por mediación de ella. Calculó (de manera muy humilde) que alrededor de 24,000 almas habían salido del purgatorio por su intercesión “porque, pobrecitos, no hay quien se acuerde de ellos”. Lo inverosímil llegó cuando la misma Josefa se jactó de haber sacado del purgatorio al mismísimo Richeliu, al Duque de Olivares9 y hasta a Moctezuma. Con la voz de Cristo dijo: “Mis juicios son diferentes de los de los hombres. Como no ha habido quien por él haya rezado un pater noster, no ha salido. El rey pidió el bautismo, y quien le dio palabra de administrárselo, le faltó con ella. Después, le mataron hiriéndole de sangre y tiranizándole el imperio de su mundo. Pedid por él que me agradaréis. Seis años le faltan con algunos días”. Como se observa, Josefa era una suerte de puente espiritual de almas perdidas en búsqueda de salvación. 

Otro personaje recurrido en los raptos de las Romero fue la Virgen María, en su papel de Inmaculada Concepción. También de diversos santos como Santo Domingo. A María le atendía un ángel pelón llamado Alegría; a Josefa, uno llamado Mansedumbre, que olía a ámbar y le detenía el vestido para evitar que se le levantara y evitar alguna indecencia. 

El demonio también fue constante en sus raptos, por lo que los presentes, incluyendo los confesores, comenzaron a sospechar que estaban poseídas, haciéndoles exorcismos, con estola en mano y agua bendita. Incluso, en un acto de chisme, una de las trabajadoras de aquel hogar señaló que las hermanas en realidad tuvieron un pacto con el Diablo, pues cuando residían en Tepetlaoztoc habían muchas brujas, por lo que seguramente tuvieron contacto y conocimiento de esas artes oscuras. El hecho de haber salido huyendo de aquel lugar, que fue realmente por el autoritarismo del padre hacia los lugareños, fue hipótesis suficiente para asumir que también fue por considerar que tenían un pacto con el Demonio. En uno de esos raptos, Teresa comentó que a ella se le aparecía el Diablo como un niño rubio que la golpeaba y le hacía señas para que se ahorcara. Aquel día, ante un numeroso auditorio, asemejó ser atacada por el demonio, dragones y negros espectros con mazas en las manos. Acto seguido, se tiró al suelo, mostró sus manos llenas de azufre y se mostró desgreñada.

El triste final de las hermanas ya estaba anunciado. Abusaron de muchas actuaciones y recursos absurdos. Varios hechos se consumaron para ser enviadas a juicios inquisitoriales. Uno de los principales fue el embelesamiento de Josefa hacia el clérigo Joseph Bruñón de Vértiz. Josefa comenzó a verlo con un afecto más humano y un día no pudo más: restregó su cuerpo hacia él. Aterrado, Joseph dejó de frecuentar a Josefa y prefirió la asistencia espiritual de la otra hermana, María, sin los peligros carnales que la primera le daba. Josefa, llena de celos y desesperación, informó a su confesor, el jesuita Bartolomé Castaño, que su hermana fingía todos sus raptos. El clérigo, sin dudarlo, llevó el caso al Santo Oficio10. En síntesis, el éxito de las hermanas Romero había dependido, en buena medida, de esa oralidad que trasmitía anécdotas y sucesos, pero esa misma cultura fue la causa de su ruina al hacer públicos sus conflictos privados y al exagerar de sus supuestos raptos.
Las hermanas Romero cayeron finalmente en las cárceles inquisitoriales el 9 de septiembre de 1649. Josefa y María tenían entonces veintinueve años, Nicolasa veintitrés y Teresa recién había cumplido los dieciocho. Con ellas fueron también encarcelados el pobre Joseph Bruñón de Vértiz, el clérigo de 39 años, y Diego Pinto, el marido de María. Aunque la Inquisición ya había recibido noticia de lo que pasaba en la familia Romero años atrás (pues sus funcionarios frecuentaban las tertulias), no comenzó a tomar cartas en el asunto sino hasta junio de 1649.

Diana Bracho en “El Santo Oficio”, Dir. Arturo Ripstein. 1974.

Durante el proceso del Santo Oficio, las hermanas confesaron sus engaños e informaron que habían actuado sin conciencia de maldad. Sin embargo, el juicio fue tan prolongado que dos de ellas, María y Josefa, murieron en la cárcel. Nicolasa fue encarcelada el 29 de octubre de 1656 y salió libre, aunque fue condenada a doscientos azotes. No se los dieron porque intercedió la virreina por ser su doncella. Teresa fue liberada en 1659 junto con su hijo, un niño de diez años al que había dado a luz recién llegada a la cárcel. Fue condenada a 200 azotes (que le fueron condonados) y a servir por diez años en el hospital de la Concepción. Su hijo la acompañó también a cumplir su sentencia. Durante su estancia en la cárcel, Teresa le había enseñado a leer y a escribir en una cartilla que le facilitaron los inquisidores; esto fue lo único que le dejó como herencia al morir en el hospital.

El caso de las hermanas Romero, como el de muchas de las “beatas” aparecidas en la era novohispana, es ideal para entender los mecanismos comunicativos de una sociedad oral. En ese mundo, en el que la verdad y la mentira se han conformado como categorías estructuradoras de la realidad, existe cabida para incluir la imaginación, esa facultad que puede llevarnos al engaño.

  1.  Para mayor información consultar la obra de Gutierre Tibón “Historia del nombre y la fundación de la Ciudad de México”, Fondo de Cultura Económica, México, 1980. ↩︎
  2. “Las santitas del barrio: “Beatas” laicas y religiosidad cotidiana en la ciudad de México en el siglo xvii”, Anuario de Estudios Americanos, v. 59, n. 1, 2002, p. 13-37. ↩︎
  3.  Tepetlaoxtoc fue una región evangelizada por la orden de los dominicos. En la actualidad, se conserva aún esa influencia a partir de los cultos a los santos patrones con respectivas fiestas y tradiciones. ↩︎
  4. Las primeras monedas acuñadas fueron las de plata, llamadas “reales”. Llevaban impresas una cruz y las armas del reino de España. Se mantuvo hasta 1732, cuando aparecieron las monedas de tipo columnario, reemplazadas en 1773 por las monedas de busto, que tenían a los reyes de España en el anverso. ↩︎
  5. El arrobo o rapto místico es un concepto que amerita que sea estudiado en otro contexto. Muchos son los estudios al respecto. Se recomienda “La mística española (siglos XVI-XVII)”, de Patricio Peñalver, editado por Akal en 1997. ↩︎
  6.  Referido al compendio de la obra mística de San Agustín “Meditaciones. Soliloquios. Manual. Suspiros”. ↩︎
  7. El 25 de agosto de 1611, un terremoto sacudió la zona centro de México, con epicentro en Jalisco. En la Ciudad de México, arruinó algunos edificios y colapsó parte del convento de San Francisco. En Xochimilco, sufrió daños la iglesia. ↩︎
  8. Para mayor información, consultar la obra “Las esposas de cristo. La vida conventual en la Nueva España”, de Asunción Lavrin, editado por el Fondo de Cultura Económica. ↩︎
  9. Se dice del conde-duque de Olivares que fue el hombre más poderoso de la historia de España, pero también, que facilitó, con su ambición, el definitivo declive de su imperio.  ↩︎
  10. Para consultar los procesos inquisitoriales sucedidos en el periodo virreinal, consultar “La Inquisición en Nueva España. Siglo XVI”, escrito por Richard E. Greenleaf y editado por el Fondo de Cultura Económica. ↩︎

fernando Montoya

Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto, Bilbao, España, y maestro en Filosofía Política por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus escritos han sido publicados en el Instituto de Investigaciones Sociales y en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM; Instituto Matías Romero; en el ITAM; en la Universidad Iberoamericana, en Foreign Affairs, entre otros. Igualmente, en revistas de divulgación como Librerías Gandhi, Tierra Adentro y en Opera Mundi.

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  1. […] difícilmente podían conseguir. Así se narra en otro ensayo publicado en Revista Coágula “Las Santitas de la Nueva España. Un caso de falsas místicas” en el que se expone el caso de las hermanas Romero, seglares, y que llegaron a engañar a media […]

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